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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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Felipe, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio fue impopular, aumentó esa impopularidad mediante<br />

una política que combinaba la necedad con la obstinación y la hipocresía. [<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong><br />

101] Con el propósito <strong>de</strong> hacer valer su autoridad en el país, especialmente <strong>de</strong>spués que<br />

marchó hacia España y <strong>de</strong>jó como regente a su medio hermana Margarita <strong>de</strong> Parma,<br />

acuarteló en él tropas españolas. Tales tropas tenían que sostenerse con los recursos <strong>de</strong>l<br />

país, y a<strong>de</strong>más causaban fricciones constantes con los habitantes, que se preguntaban por<br />

qué era necesario tener allí ejércitos extranjeros. Puesto que el país no estaba en guerra, la<br />

única explicación que cabía era que Felipe dudaba <strong>de</strong> la lealtad <strong>de</strong> sus súbditos.<br />

A esto se sumó el nombramiento <strong>de</strong> nuevos obispos, con po<strong>de</strong>res inquisitoriales. No<br />

cabe duda <strong>de</strong> que era necesario reorganizar la iglesia en las Diecisiete Provincias; pero el<br />

procedimiento y el momento que Felipe escogió no fueron apropiados. Parte <strong>de</strong> la<br />

explicación oficial que se dio para la formación <strong>de</strong> los nuevos obispados fue que<br />

precisaba extirpar la herejía. Los habitantes <strong>de</strong> los Países Bajos sabían que en España la<br />

Inquisición se había vuelto un instrumento en manos <strong>de</strong>l estado, y temían, no sin razón,<br />

que el Rey proyectara hacer lo mismo en las Diecisiete Provincias.<br />

Para colmo <strong>de</strong> males, Felipe y la Regente no parecían prestarles atención a los más<br />

fieles <strong>de</strong> sus súbditos en el país. El príncipe <strong>de</strong> Orange, quien había sido amigo íntimo <strong>de</strong><br />

Carlos V, y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Egmont, quien le había prestado distinguidos servicios en el<br />

campo militar, fueron hechos miembros <strong>de</strong>l Consejo <strong>de</strong> Estado; pero no se les consultaba<br />

sobre las cuestiones más importantes, que eran <strong>de</strong>cididas por la Regente y sus consejeros<br />

foráneos. De ellos el más <strong>de</strong>testado era el obispo Granvella, a quien los naturales <strong>de</strong>l país<br />

culpaban <strong>de</strong> todas las injusticias y vejaciones <strong>de</strong> que eran objeto.<br />

Como las protestas iban en aumento, Felipe II retiró a Granvella. Pero pronto los que<br />

protestaban se dieron cuenta <strong>de</strong> que el <strong>de</strong>puesto ministro no hacia sino obe<strong>de</strong>cer las<br />

ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> su amo, y que era el Rey mismo quien establecía las prácticas y políticas<br />

ofensivas. Enviaron entonces a Madrid al con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Egmont, a quien Felipe recibió<br />

amablemente e hizo toda clase <strong>de</strong> promesas. El embajador regresó complacido, hasta que<br />

leyó en el Consejo la carta sellada que el Rey le había dado, en la que contra<strong>de</strong>cía todas<br />

las promesas hechas. Al mismo tiempo, el Rey le enviaba a la Regente instrucciones en el<br />

sentido <strong>de</strong> que fueran promulgados los <strong>de</strong>cretos <strong>de</strong>l Concilio <strong>de</strong> Trento contra el<br />

protestantismo, y que fueran ejecutados todos los que se opusieran.<br />

Las ór<strong>de</strong>nes reales causaron gran revuelo. Los jefes y magistrados <strong>de</strong> las Diecisiete<br />

Provincias no estaban dispuestos a con<strong>de</strong>nar al crecido número <strong>de</strong> sus conciudadanos<br />

para quienes el Rey <strong>de</strong>cretaba la pena <strong>de</strong> muerte. Varios centenares <strong>de</strong> nobles y burgueses<br />

se unieron entonces en un “Compromiso” contra la Inquisición, y marcharon a<br />

presentarle sus <strong>de</strong>mandas a la Regente. Cuando ésta se mostró perturbada, uno <strong>de</strong> sus<br />

consejeros le dijo que no tenía por qué temerles a “esos mendigos”.<br />

Los mendigos<br />

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