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Cuerpos al límite: espacios y experiencias de marginalidad

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eligioso. Sin embargo, las interpretaciones que <strong>de</strong> ese código re<strong>al</strong>izan conducen incesantemente<br />

a justificar su transgresión en la práctica diaria. Una vez más, en un continuo escamoteo, la<br />

norma se trastoca en el mismo acto <strong>de</strong> su aplicación: los jóvenes que a diario ejercen el sicariato<br />

en la ciudad <strong>de</strong> Me<strong>de</strong>llín encuentran en una religión cargada <strong>de</strong> impurezas (Herlinghaus,<br />

Violence 122) un espacio simbólico don<strong>de</strong> una acción mimética e imaginativa, no basada en una<br />

racion<strong>al</strong>idad cognitiva típicamente mo<strong>de</strong>rna, señ<strong>al</strong>a formas distintas <strong>de</strong> experimentar y percibir la<br />

re<strong>al</strong>idad. (Herlignhaus, Renarración 198-200)<br />

Por otra parte, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l mundo profundamente patriarc<strong>al</strong> en que viven los sicarios, la<br />

imagen sublimada <strong>de</strong> la madre <strong>de</strong>termina también la relación que estos chicos establecen con el<br />

sexo opuesto en gener<strong>al</strong>. Una inflexible clasificación señ<strong>al</strong>a el papel que la mujer <strong>de</strong>be asumir<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la organización soci<strong>al</strong> <strong>de</strong> las comunas: una chica, y en especi<strong>al</strong> si es novia <strong>de</strong> <strong>al</strong>guno <strong>de</strong><br />

los sicarios, tiene la obligación <strong>de</strong> ser seria, incuestionablemente fiel, y <strong>de</strong> re<strong>al</strong>izar sus<br />

activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> preferencia <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l espacio familiar. El hombre, por el contrario, hace <strong>al</strong>ar<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

po<strong>de</strong>r, <strong>de</strong> múltiples conquistas amorosas y <strong>de</strong> una vida volcada hacia la c<strong>al</strong>le y la aventura. El<br />

sicariato es un asunto <strong>de</strong> ‘machos’; las mujeres no participan en las bandas y aquellas que<br />

frecuentan las ‘rumbas’ son consi<strong>de</strong>radas chicas ‘programeras’, ‘buenas hembras’ y ‘flores <strong>de</strong><br />

una noche’. Las mujeres, por lo tanto, se <strong>de</strong>baten entre la ambiv<strong>al</strong>encia <strong>de</strong> un código que en<br />

ninguna <strong>de</strong> sus instancias extremas <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser expresión <strong>de</strong> patrones <strong>de</strong> conducta claramente<br />

patriarc<strong>al</strong>es. Las jóvenes <strong>de</strong> las comunas no participan en esta especie <strong>de</strong> escenario público<br />

margin<strong>al</strong>, cuyos protagonistas son siempre hombres: en términos supuestamente i<strong>de</strong><strong>al</strong>es ellas<br />

están <strong>de</strong>stinadas a convertirse un día en ‘madres’, a <strong>de</strong>venir ese ser i<strong>de</strong>ológicamente ‘sublime’<br />

sobre el que recaen todas las responsabilida<strong>de</strong>s familiares. Los hombres, los jóvenes sicarios <strong>de</strong><br />

las barriadas pobres, por el contrario, no aspiran a convertirse en “padres”: su empeño es<br />

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