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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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gente, y va y ellos me tratan como si fuera una de sus putas sirvientas. Me entran

ganas de… Mierda, lo siento. No creo que tengas muchas ganas de oírme

despotricar y quejarme.

—Ya es muy tarde —dijo Jamie—. Te traeré unas sábanas, toallas, cepillo,

pasta de dientes y todo eso.

—Gracias. Espero acordarme por la mañana de lo amable que has sido con

Kyra y conmigo.

Jamie no estaba seguro de si le preocupaba no acordarse por culpa de la

bebida o por culpa del virus.

Mandy estaba refugiada en su habitación, incapaz de dormir. Hacía varias horas

que no se oían ruidos en el cuarto de Derek y ya era cerca de medianoche. Jamie

le había enviado un mensaje antes de acostarse y ella le había contestado que se

encontraba bien, pero que no le apetecía hablar. Ahora sí tenía ganas de charla,

pero no quería despertarlo.

Le resultaba inconcebible que tuviera que armarse para protegerse de su

marido, pero lo hizo por si acaso se despertaba. Se había equipado con tres líneas

de defensa. La primera y más benigna era una escoba larga para impedir su

avance si se acercaba con aire agresivo. Si eso fallaba, tenía un pico pequeño que

había cogido del garaje. El último recurso era un cuchillo grande de cocina.

Había dispuesto el armamento sobre la cama, a su alrededor, y mientras

permanecía tumbada escuchaba los ruidos nocturnos que llegaban a través de las

ventanas con las cortinas echadas. Hacía un rato se habían oído algunas sirenas,

pero ahora reinaba un silencio sepulcral; ni siquiera se oía el habitual zumbido de

coches pasando por Westfield Boulevard.

Pensó en Derek y en cómo su aventura con Jamie había resquebrajado su

matrimonio. Pensó en cómo sería contraer aquella enfermedad y sentir cómo los

últimos granos caían por el reloj de arena de la memoria. ¿Le quedaría algún

indicio de quién era ella, de quién había sido? Pensó en Jamie y en la agradable

sensación de estar arropada entre sus brazos, y poco a poco se quedó dormida.

El ruido la confundió.

Sonó como si llegara del interior de su cabeza, porque había estado soñando

que se encontraba en una librería de estantes delirantemente altos y, al intentar

coger de puntillas uno de los libros, la estantería se había desplomado y la había

aplastado.

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