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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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el perro si les apetece.

Jamie habló por Connie al responder que los chicos se quedaban con ellos.

—Bueno, ¿por dónde empiezo? —dijo Holland. Resultaba difícil distinguir si

se trataba de un recurso retórico o de auténtica incertidumbre. Echó un vistazo a

su mujer, que tenía la cabeza gacha y se frotaba una sien.

Jamie vio otra ocasión de buscarle las cosquillas desviando la conversación.

—Su sobrino ha dicho que llaman a esto Campamento ML. ¿A qué se debe?

—Son las siglas de «Mentes Limpias».

—Muy pegadizo —comentó Connie.

—¿Le parece? —preguntó Holland.

—En realidad, no —respondió Connie.

Holland suspiró.

—Sé que están enfadados. Lo entiendo, pero espero que nos vean con otros

ojos cuando oigan lo que pretendemos lograr. Cuando empezó la epidemia,

estábamos en Ashenville. Había empezado el nuevo semestre; estábamos muy

metidos en nuestra rutina del año académico. Al principio, no nos preocupamos

demasiado, porque los canales de noticias tienden a exagerar las amenazas y,

dadas nuestras inclinaciones libertarias, desconfiamos por naturaleza de los

mensajes gubernamentales. Nos confinamos a la espera de que uno de los dos o

ambos cayéramos enfermos, porque muchos de nuestros estudiantes y colegas se

habían contagiado. No obstante, por algún motivo, permanecimos sanos. Por

supuesto, la situación tomó enseguida un mal cariz, de modo que, cuando cayó la

red eléctrica sin dar muestras de volver, nos preguntamos si no sería mejor hacer

algo drástico.

Su esposa se reincorporó a la conversación.

—Jack se refiere a suicidarnos.

Holland estiró el brazo para darle una palmadita en la mano.

—Bueno, no tenemos hijos y no nos veíamos como expertos en

supervivencia, de modo que tampoco era una idea descabellada. Sin embargo,

sucedió algo que nos hizo cambiar de opinión. Empezamos a quedarnos sin

comida y reuní el valor suficiente para ir a casa de nuestro vecino más cercano.

Háblales de la señora Phillips, querida.

—Es… o, debería decir, era una mujer muy agradable que sufría una

discapacidad: un enfisema —explicó la señora Holland—. Vivía con su hija,

Valerie, que tiene cuarenta y tantos años pero no está casada. No conocíamos

muy bien a Valerie, pero teníamos entendido que había llevado una vida difícil.

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