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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Pues por lo visto no se acuerda de que no le gusta —repuso él—. Lo ha

devorado.

—Déjame preguntarte algo, Gretchen —intervino Edison—. Tú conoces

bien a toda la gente del pueblo. ¿Quién tiene más provisiones almacenadas?

Los ojos de la mujer refulgieron con fiereza a la luz de la lámpara de

queroseno.

—No pienso ayudarte a robarles a unos buenos cristianos.

—Eso está muy bien, Gretchen. Pues entonces te diré lo que vamos a hacer:

pondré a tu familia la mitad de la ración de comida… O mejor, nada. O quizá les

meta una bala en la puta cabeza y así acabamos con el problema.

La boca de la mujer temblaba como la de quien está a punto de echarse a

llorar.

—El pastor Snider y su mujer almacenaron bastante comida el día que

llegaron las primeras noticias del virus.

—Eso es verdad —confirmó Mickey—. Yo vivo encima de la tienda y vi

cómo llenaban la trasera de su camioneta hasta arriba.

—Pues ahí es donde iremos mañana —dijo Edison.

—También deberíamos tener en cuenta a Ed Villa —sugirió Joe.

—¿Qué pasa con él?

—Es un auténtico preparacionista desde hace años. Su hijo Billy iba un curso

por encima de mí y siempre se chuleaba de que, cuando llegara el apocalipsis

zombi, ellos estarían más que preparados. Dicen que en su finca tienen

provisiones para un año o más.

—No me acordaba de que esa gente almacenaba comida —comentó Edison

—. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

—Porque no lo había pensado hasta que lo has preguntado.

—Bueno, entonces supongo que también sabrás que Villa vive allí con toda

su parentela y que tienen más armas que la Guardia Nacional. Siempre se estaba,

jactando de su gran arsenal cuando venía a comprarnos carne. Por supuesto… eso

era antes de que nos boicoteara. Su almacén de provisiones sería un botín muy

valioso, pero, tal como están las cosas, no creo que podamos hacernos con él.

Tienen más hombres y están mejor armados.

En ese momento oyeron gritar a Brittany en la sala de estar.

—¡La muñeca es mía!

Cassie tiraba de las piernas de la Barbie.

—¡Muñeca mía! —contestó, también a gritos. Eran las primeras palabras que

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