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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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secundaria. Jack tendrá que llevarlos a la universidad solo, supongo.

Jamie y Connie en general estaban a gusto con los reclutas. Tenían algo en

común con sus hijos: una inocencia dulce inherente. Habían olvidado todos los

recuerdos acumulados que volvían a la gente suspicaz, temerosa, arrogante o

grosera. La parte buena de perder la identidad era que también se perdía el lastre.

Lo que quedaba era una especie de sinceridad y asombro infantiles. Blair Edison

había llenado la cabeza de sus esbirros con el odio a los «hombres malos» y les

había inculcado inclinaciones homicidas. Las enseñanzas y prédicas de los

Holland eran de corte más benévolo, reflejo de su visión de una utopía cristiana.

Por lo menos sus reclutas se estaban convirtiendo en corderos, en vez de leones.

La favorita de Jamie era Valerie, la vecina de los Holland y su primera recluta.

Era una mujer grande y animada, con una sonrisa perpetua y un entusiasmo

contagioso. Según contaban los Holland, había sido una persona colérica y

amargada, con un largo historial de arrestos por hurtar en comercios y por pagar

con cheques sin fondos para costear su adicción. Ahora era un encanto.

—¡Es mi amigo! —exclamaba cuando él entraba en su barracón—. ¡Es el

doctor Jamie!

—Buenos días —respondía Jamie jadeando, atrapado en un abrazo de oso.

—Te quiero.

—Yo también te quiero.

—Quiero a Jesús —decía Valerie cuando lo soltaba—, quiero a la doctora

Connie, quiero a Jeremy, quiero al señor H, quiero a la señora H y quiero a…

Jamie la paraba antes de que citara a todas sus compañeras de barracón.

Para la lección magistral de aquel día, Holland usó un megáfono como de

costumbre, según él para que su mujer pudiera oírlo desde la cama. Jamie

sospechaba que se sentía un hombre más grande al amplificar su voz. Los

reclutas se apiñaban alrededor de la bandera para calentarse unos a otros y

miraban a Holland con rostro expectante.

—Amigos míos —empezó Holland, y el eco de su voz rebotó en la casa y se

alejó en dirección al lago—, demos gracias al Señor por este precioso día. Decid:

«¡Gracias, Señor!».

—¡Gracias, Señor!

—La señora Holland se siente enferma. La señora Holland está en la cama.

Por favor, gritad tan fuere como podáis: «¡La queremos, señora Holland!».

—¡La queremos, señora Holland!

—Muy bien, seguro que eso la hace sentirse mejor. ¿Cómo se llama nuestro

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