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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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ser sinceros el uno con el otro.

—Pienso que te infravaloras. Tú eres mucho más que eso. Yo veo a una joven

apasionada que percibe y comprende los misterios de la vida de un modo

asombroso. Veo a una amiga. Y créeme, soy demasiado mayor como para andar

tirándote los tejos, pero también veo a una mujer sensual, capaz de amar, con una

maravillosa y desconcertante mezcla de fuerza y fragilidad.

Mandy soltó una risilla.

—¿Te has olvidado las gafas en casa?

—Veo perfectamente, querida. Y ahora quédate muy quieta mientras te

dibujo.

—Llevo un jersey gris. No me gustaría ser inmortalizada con esto puesto.

—Tengo imaginación de sobra para pintarte con otra vestimenta.

Al cabo de una hora o así, Mandy empezó a removerse en el taburete y él

dejó que se relajara. Durante todo ese rato había estado pensando en Jamie, en

cuánto faltaría para que llegara. Se preguntó cómo sería su reencuentro ahora que

Derek ya no estaba. No pensaba lanzarse a sus brazos. Estaba de duelo y tenía

que respetar la memoria de su marido. Se imaginó que Jamie lo entendería y la

dejaría tranquila durante un tiempo. Ya arreglarían su situación más adelante.

Formaba parte del proceso.

—¿Quieres un café? —preguntó ella.

—Eso siempre —respondió Rosenberg dejando el pincel.

Utilizar el microondas para calentar agua era un placer culpable. Mandy no

sabía cuánta electricidad consumía, pero un minuto de más o de menos no

representaría un descenso significativo en el depósito del generador de gasóleo.

Mientras el café goteaba a través del filtro de papel y caía en un matraz, le

preguntó a Rosenberg si podía echarle un vistazo al retrato.

—No soy uno de esos artistas estirados que no permite que nadie vea su obra

sin acabar, pero la verdad es que aún no hay mucho que ver.

Lo que Mandy vio fue color. Mucho color.

El contorno de su cabeza y de su torso apenas era un boceto a lápiz, pero a su

alrededor se extendían suaves pero vibrantes manchas de tonalidades amarillo

limón, rosa intenso, verde esmeralda, y un cielo perfectamente azul. La ventana

de detrás de ella no aparecía en el cuadro. El fondo se perfilaba como una especie

de paraíso tropical; al menos le dio esa impresión.

—¡Uau! No es lo que me esperaba.

—¿Creías que te iba a pintar plantada ante un feo edificio de hospital? Soy

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