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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Amy nos inspira a todos con su servicio.

La mujer se encogió de hombros.

—No tengo ningún otro sitio adonde ir ni gente que me espere. Bien, ¿quién

quiere más pollo?

—La Casa Blanca está bajo mínimos de personal —comentó Perkins al cabo

de un rato—. Solo nos queda un puñado de asesores leales y unos cuantos

muchachos del servicio secreto. Para ser franco, tampoco hay mucho que hacer.

Tenemos electricidad de sobra gracias a nuestros generadores de reserva. Sin

embargo, aparte de los militares desplegados aquí y de algunas unidades del

Pentágono con las que se puede contactar por radio, no hay nadie con quien

comunicarse y nos llega muy poca información de fuera de Washington. Por eso

la crónica de su travesía por el país ha sido tan esclarecedora. A decir verdad, el

presidente Lincoln tenía muchísima más información que yo sobre el estado del

país durante la Guerra Civil.

»Este es un gobierno federal solo sobre el papel. Un Congreso menguado ha

suspendido las sesiones hasta nuevo aviso, no hay un poder judicial operativo y el

ejecutivo lo tiene usted delante. Al principio de la epidemia, cuando el presidente

y el vicepresidente quedaron incapacitados y se me tomó juramento de acuerdo

con la Vigesimoquinta Enmienda, pensé que el trabajo conllevaría una dificultad

inmensa, pero no tenía ni idea de que básicamente carecería de sentido.

—No carece de sentido, Oliver —repuso Morningside.

Perkins sonrió y señaló al otro lado de la mesa.

—Esta mujer es mi fuerza. Mi esposa estaba en Illinois con nuestros hijos y

nietos cuando cayeron las líneas de comunicación y perdí el contacto. El marido

de Gloria… En fin…

—Ya no está —fue lo único que añadió ella.

—Gloria es la única miembro del gabinete en paradero conocido que no se

contagió. La nombré vicepresidenta y así tenemos un plan de sucesión si yo

caigo. A falta de ratificación del Congreso, técnicamente no es válido, pero

bueno, qué le voy a hacer. No la cambiaría por nadie para estar en la brecha.

Entramos a la vez en el Congreso, ¿sabe?

Morningside se levantó para coger otra botella de vino del aparador. Al

ponerse en pie se tambaleó un poco. La cocinera entró en acción de inmediato y

le dijo que ya se la llevaba ella.

—Los dos veníamos de distritos agrícolas —dijo Morningside—, los dos

éramos jóvenes abogados y los dos éramos como ciervos ante los faros de un

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