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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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mi carne ni a rezar en mi iglesia. Para el caso, podrían ser de Marte.

Joe reunió a los milicianos a un lado de la calzada y repartió los fusiles.

Edison le dio uno a Linda, un AR-15.

—Me falta algo, Blair —dijo ella.

Edison le lanzó un cargador entero.

—Quería ver si te dabas cuenta —explicó con una sonrisa—. Tengo

preparado un pequeño espectáculo para ti. Hemos estado trabajando con los

muchachos durante su instrucción.

Edison volvió a su autobús y salió con una banderita estadounidense

enganchada a una antena de coche rota. La sostuvo en alto con la mano izquierda

mientras pegaba la derecha al pecho.

—Vale, muchachos, juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de

América.

Los milicianos repitieron la frase, unos mejor que otros. Edison los

contempló con aire radiante.

—Y a la República a la que representa.

La siguiente repetición dejó bastante que desear.

—Y a la República a la que representa.

—Una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.

Al oír la desastrosa repetición de esa última frase, Edison le dijo a Joe que

todavía les quedaba mucho trabajo por delante, pero agradeció el esfuerzo.

—Bien, muchachos —añadió—. Papá os quiere. Ya lo sabéis. ¿A quién

queréis vosotros?

—Queremos a papá.

—¿Y a quién más queréis?

—Queremos a Jesús.

—¿Y qué hacéis con los hombres malos?

—Matamos a los hombres malos.

—Muy bien, pues vamos a buscar hombres malos.

Linda tuvo la oportunidad de presenciar el sistema de Edison. Enviaba a un

grupo de milicianos, encabezados por Jacob Snider, hacia una casa para atraer los

disparos si había alguien dentro con ganas de defenderse. Después Joe llamaba a

la puerta. Dependiendo de quién abriese, o le pegaba un tiro o lo empujaba hacia

dentro para después llamar a los milicianos, que entraban a la carrera. Si no

respondía nadie, Joe echaba la puerta abajo y llamaba a los muchachos. Edison

cubría la retaguardia, acompañado por Linda.

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