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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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vez en cuando veía algún pino o una rama grande recién caídos, y albergaba la

esperanza de encontrar una sección de alambrada derribada antes que Streeter.

Los chicos no tenían recuerdos del invierno. Para ellos era su primera nevada,

y andaban como locos de alegría pateando el manto blanco. Connie les enseñó a

hacer ángeles de nieve y en eso estaban cuando llegó Roger corriendo y

resbalando. Era un joven con la nariz torcida a raíz de un altercado, que había

conocido a Streeter en un bar de Ashenville jugando al billar. Era funcionario de

prisiones y usaba una jerga de tipo duro, la misma que Streeter, de manera que se

entendieron a la primera. El expolicía fue a buscarlo el mismo día en que

Holland le dijo que necesitaban gente en forma para ayudar con su proyecto del

Campamento Splendor. Entre Roger y él localizaron a otros cuatro jóvenes no

infectados, que de buena gana se mudaron a un campamento en mitad del

bosque para hacer piña y defenderse de las incógnitas que la epidemia no paraba

de generar.

Roger había salido corriendo a buscarlos sin abrigarse. Los faldones de su

camisa a medio abotonar ondeaban al viento y dejaban a la vista su vientre enjuto.

Resbalaba sin parar; sus deportivas no se agarraban al suelo.

—¡Jamie! ¡Jamie! ¡Tienes que venir! —gritó nada más verlos.

—¿Qué pasa? —respondió Jamie, también a voces.

—Es la señora H. Le pasa algo. El señor H quiere que vayas.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé. Streeter solo me ha pedido a gritos que viniera a buscarte.

Jamie le dijo a Connie que se quedara con los jóvenes y se marchó pisando la

nieve con paso firme. Roger arrancó a correr hacia la casa de Holland. Al cabo de

un momento se paró y miró por encima del hombro.

—¿No puedes ir más deprisa?

Jamie todavía llevaba el pie enyesado y envuelto en una bolsa de plástico para

mantenerlo seco. Correr no era una opción.

—No, no puedo.

—¿Te llevo a caballito?

Jamie pesaba unos veinte kilos más; no creyó que el ofrecimiento mereciera

respuesta.

Jack Holland esperaba en el salón, inquieto y angustiado. Morningside estaba

con él, con las manos sobre un libro cerrado, a un mundo de distancia de las

tribulaciones de Holland.

—Gracias a Dios —le dijo este a Jamie—. ¿Dónde estaba?

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