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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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La mañana siguiente, después del desayuno, Edison decidió movilizar a su nueva

y mejorada milicia. En el pueblo todavía quedaban muchas casas sin saquear,

todo un campo de pruebas para sus muchachos en el mundo real. Encargó a

Mickey que se quedara atrás vigilando al mujerío.

Se montaron en los autobuses y partieron del Campamento Edison rumbo al

centro del pueblo. Al embocar la calle principal, Edison frenó en seco. Joe, que lo

seguía con el autocar escolar, tuvo que pisar el freno hasta el fondo para no

embestirlo por detrás. Los milicianos salieron despedidos hacia delante y unos

cuantos gritaron de la sorpresa.

—¿Pero qué narices? —soltó Edison.

Había corrido la voz. De ventana a ventana, de puerta a puerta.

Varios hombres sanos de Dillingham a los que todavía no habían visitado los

segadores de Edison habían decidido hacer causa común y defenderse. Una

docena de ellos había dejado unos cuantos coches atravesados en la calzada y

había tomado posiciones detrás, a la espera del momento oportuno.

Se encontraban a unos treinta metros de distancia, lo bastante cerca para que

Edison viera la potencia de fuego que manejaban: pistolas, más que nada, y unos

cuantos fusiles. Conocía a esos hombres: todos, salvo un par, se habían quitado la

mascarilla a esas alturas. Algunos le habían comprado carne. Uno iba a su iglesia.

Por lo que sabía de ellos, ninguno suponía una gran amenaza, aunque la

supervivencia era una buena motivación. Sacó el megáfono por la ventanilla.

—No es necesario llegar a esto —anunció—. No podéis ganar. Volved a

vuestras casas. No os equivoquéis, vamos a pasar.

—¡Lárgate de aquí, Blair, y no vuelvas! —le respondió a gritos uno de los

hombres.

Edison bajó el megáfono y se volvió hacia los milicianos apiñados en el

autobús. Muchos eran hombres hechos y derechos, pero él los veía a todos como

sus muchachos.

—Papá os quiere, chicos. Ahí fuera tenemos unos hombres malos. ¿Qué

hacemos con los hombres malos?

Algunos recordaban la lección nocturna; otros la habían olvidado.

—¡Matarlos!

—Así me gusta. Preparaos.

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