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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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lanzando una andanada de juramentos e improperios que provocaron que

Monica Snider, la mujer del pastor, le gritara que los blasfemos y los intolerantes

no eran bienvenidos en la casa del Señor. Edison le hizo una peineta y arrastró a

su mujer y a sus hijos fuera de la iglesia para nunca más volver.

A partir del lunes siguiente, su negocio cárnico empezó a caer en picado.

Ahora Edison subió los escalones del porche de la residencia del alcalde y dio

unas palmaditas a una de las recias columnas griegas. Joe se quedó abajo en el

jardín, con el Remington colgando del hombro. Mickey estaba a su lado, con las

manos hundidas en los bolsillos de sus amplios vaqueros. Edison llamó cuatro

veces al timbre hasta oír que alguien descorría los cerrojos de la reluciente puerta

negra.

Una máscara para pintar a pistola cubría la boca y la nariz de Wally Mellon.

—No llevas mascarilla, Blair. Largo de aquí.

—Tú ya llevas una, así que no tienes por qué asustarte, Wally.

Desde algún lugar de la casa, se oyó gritar a Craig, el hijo de Mellon:

—¿Qué coño están haciendo aquí los Edison?

Joe vio a Craig asomarse por una de las ventanas del primer piso y le dedicó

una torva sonrisa y una peineta.

—Mira, Blair, mi esposa y yo estamos en una situación desesperada. Mis dos

hijas y uno de mis chicos, Ryan, se han infectado. Y la mujer de Craig también.

Ahora mismo no tengo tiempo para tus tonterías.

—Joder, Wally, eso es de muy mal vecino, y más si eres el alcalde de este

pueblo. ¿Y si te digo que casi toda mi familia también se ha infectado y que mi

hijo mayor, Brian, ha muerto? ¿Eso no despierta un poco tu compasión cristiana?

¿O solo te importa tu familia?

—¿Has venido a sermonearme sobre mi buena fe cristiana?

—No, señor alcalde. He venido para esto.

La bala del Colt 45 impactó justo en el centro de la prominente barriga de

Mellon. El corazón del alcalde empezó a bombear sangre hacia el abdomen a

través del agujero en la aorta. Su cuerpo no tardó mucho en yacer inmóvil sobre

el felpudo de la entrada.

Sin apenas inmutarse, Joe levantó el rifle a la altura del hombro y echó a

andar hacia la casa, pero Mickey se quedó clavado en el sitio.

—¡Por Dios santo, señor Edison! —gritó—, ¿por qué le ha disparado?

Edison mantenía la posición, apuntando hacia el interior de la casa por si a

Craig Mellon se le ocurría aparecer.

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