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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Mientras trasteaba con los posos y el filtro, Bigelow se mostraba ansioso por

hablar de sus propios problemas. La explicación de Jamie sobre la cura tendría

que esperar. Bigelow era un británico doctorado en Oxford que había acudido al

NIH como estudiante de posdoctorado y ya no se había ido. Era, en sus propias

palabras, el actual —y muy probablemente último— jefe del Departamento de la

Vacuna para el ébola. En los primeros compases de la epidemia había puesto

manos a la obra a todos los miembros del instituto, que se habían volcado en

cuerpo y alma en el nuevo virus, pero el desgaste empezó a pasar factura a los

pocos días, a medida que los integrantes del equipo caían enfermos o los

empleados se marchaban para cuidar de sus familias.

—Soy el último mohicano —dijo—. Los dos compañeros que me quedaban

hicieron las maletas hace más de una semana. Yo no. Yo me quedo aquí hasta el

mismísimo final. No tengo familia, ya ves. Ni siquiera un gato. En cualquier caso,

aquí estoy más seguro que en mi piso, y con diferencia, creo yo. Además,

encontré la llave de las bodegas de vino de los peces gordos, el que reservan para

los cócteles con congresistas y dignatarios extranjeros. Así que tengo algo con lo

que entretener las noches. Y el trabajo me ha proporcionado una sensación de

propósito que también vale lo suyo, ¿no cree?

—¿En qué ha estado trabajando?

—Bueno, da la casualidad de que ha llegado usted en un momento decisivo.

Me he dedicado al desarrollo de vacunas a la vieja usanza. Louis Pasteur hubiese

reconocido a la perfección las técnicas, porque son las suyas. He estado

transmitiendo una cepa clínica del virus a través de varios conejos sucesivos, que

por cierto comen mejor que nosotros, los Homo sapiens, y ahora tengo una versión

del virus lo bastante atenuada, o debilitada. Así precisamente creó Pasteur su

vacuna contra la rabia. Ahora estoy preparado para probarla con un voluntario.

—¿Y quién será ese voluntario? —preguntó Jamie.

—Pues yo, por supuesto. Me la inyectaré en el músculo del muslo y me sacaré

sangre para ver si es lo bastante potente para producir unos títulos de anticuerpos

decentes, pero lo bastante débil para que no me produzca demencia. Ahora ya

tengo a alguien para sacarme sangre sin necesidad de ir a buscarlo a la otra punta

del campus. Todavía hay científicos dispersos aquí y allá, pero no me gusta

arriesgarme a salir. ¿Sabe sacar sangre?

—Soy médico.

—Excelente. ¿De qué especialidad?

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