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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Brittany jugaba con Cassie en la alfombra. Cuando la hija de Edison le quitó

un juguete a Cassie por las malas, arrancándoselo de las manos, Gretchen la riñó.

—¡Déjala, Brittany! Tú ya tienes todos los demás juguetes.

—¿Qué quiere Edison de nosotras? —preguntó Ruth.

—Tareas domésticas, más que nada —respondió Gretchen.

—Es lo que hacemos, de todas formas.

—A mí me ha puesto a dar clase a sus hijos enfermos y también a su mujer,

Delia. Por supuesto, además intento enseñar a mi Cassie.

—¿Qué les enseñas?

—A hablar, sobre todo. Avanzamos despacio.

—¿No se habrá propasado contigo? —Ruth la miró por encima de las gafas.

—Gracias a Dios, no.

La muda, Mary Lou, dijo algo por fin.

—¿Por qué se ha llevado a mis niños? —preguntó entre sollozos.

—A los míos también me los quitó —contestó Gretchen—. Mis gemelos.

Me deja verlos de vez en cuando si está satisfecho con cómo llevo las cosas. Así

me mantiene a raya, el muy cabrón.

—¿Qué quiere de nuestros hijos? —añadió la llorona.

—Para serte franca, no lo sé —respondió Gretchen—, pero me tiene en un

sinvivir. Lo único que puedo hacer, lo único que podemos hacer cualquiera de

nosotras, es rezar y esperar nuestra oportunidad. Ese hombre mató a mi marido y

a mi hijo mayor. Quiero que pague, pero ahora mismo tiene la sartén por el

mango.

Cuando Joe y Mickey acabaron con la instrucción militar por esa noche,

sacaron una botella de ron del mueble bar de Villa e hicieron una visita al granero

donde estaban encerradas las últimas concubinas. Las cinco mujeres parecían

perdidas. Alguna lloraba. La mayoría intentaron esconderse cuando los hombres

abrieron la puerta.

Joe sabía de antemano con bastante claridad lo que quería. Tenía a Alyssa

Mellon encerrada en su casa y por el momento se conformaba con quedarse

como estaba. Ninguna de las nuevas era más guapa. Mickey, en cambio, pensó

largo y tendido y al final se decidió a cambiar a la pequeña Jo Ellen Snider por

una atractiva mujer mayor, la esposa de un vendedor de seguros local con la que

fantaseaba al verla entrar y salir de la tienda.

—No sé una mierda de epidemias —le dijo Mickey a Joe cuando se decidió

—, pero esta que nos ha tocado vivir es lo mejor que me ha pasado nunca.

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