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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Entiendo. Se lo transmitiré.

—¿Cómo está la situación general?

—Solo soy una administrativa, doctor Abbott, pero el doctor Hansen estará

disponible si quiere llamarlo un poco más tarde.

—Lo intentaré en cuanto pueda.

Se produjo un silencio al otro lado de la línea.

—De hecho, por lo que he oído, está bastante mal —dijo entonces la mujer

—. Me refiero a la situación general.

Jamie trató de llamar a Emma una vez más, y luego decidió darse una vuelta

por la Avenida Q para evaluar la situación. Mientras recorría los pasillos hacía

recuento. No era necesario un examen neurológico para determinar si alguien

estaba infectado o no. Lo sabía al momento por su rostro inexpresivo o

atemorizado, o porque salía huyendo al oír sus pasos. Las mejillas encendidas y la

tos eran la prueba definitiva. Jamie registraba el cómputo de infectados en una

tarjeta: una rayita vertical por cada enfermo y, a la quinta alma perdida, una

diagonal cruzando las cuatro anteriores. Dave Soulantiros se había quedado

dormido en el suelo con los genitales al aire colgando, flácidos. Jamie se los metió

con delicadeza en los pantalones y le subió la bragueta. Su hermano Andy

continuaba en la sala de aislamiento, dando vueltas sin parar en un pequeño

círculo. Jamie encajó unas sillas para mantener las puertas abiertas, a fin de que

pudiera salir cuando quisiera. Incluyendo a la pobre Martha, la enfermera muerta

por asfixia, contó a veintiséis enfermos de SAF. Luego estaban Margaret y él, que

de momento se encontraban bien, más las cuatro personas que la anciana había

visto huir por las escaleras. De los treinta y dos confinados, solo seis no se habían

infectado, aproximadamente un veinte por ciento: una ratio penosa.

Fue a buscar a Margaret y se sentó con ella. Estaba en el puesto de

enfermería, leyendo la Biblia en la pantalla de su móvil mientras se cargaba el

aparato. Hasta el momento, los infectados apenas la habían molestado.

—¿Qué vamos a hacer, doctor Abbott?

—No lo sé. De veras que no. ¿Quiere que le traiga algo de comer?

—Estoy bien. ¿Por qué nosotros no lo hemos cogido?

—Tampoco lo sé. Ojalá pudiera decirle por qué no nos hemos infectado.

—Es la voluntad de Dios. ¿Qué dicen en la tele?

Jamie giró el aparato hacia ellos y subió el volumen. En la pantalla aparecía la

imagen fija de una mesa de informativos vacía y, justo cuando se disponía a

cambiar de canal, una presentadora entró en plano y tomó asiento.

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