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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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A

Tyrone Burbank todo el mundo lo conocía por su apodo callejero: K9,

como los perros policía, o K para abreviar. Hacía ya unos cuantos años que

no tenía a sus pitbull, pero el nombre se le había quedado porque esas cosas

pasan, y porque hasta él tenía algo de perro de presa: poderoso, fornido y

achaparrado, feroz cuando se enfurecía, dispuesto a usar literalmente los dientes

en una pelea. Las únicas que seguían llamándole Tyrone eran su madre y su

abuela, pero eso era antes de que enfermaran. Ahora ya no sabían quién era él; ni

siquiera sabían quiénes eran ellas. Tyrone las mantenía protegidas en la casa que

tenía su madre en la zona este de Indianápolis, donde vivían con la hermana

pequeña de K, que no se había infectado. La adolescente cuidaba de las dos

mujeres, sumidas en un estado de total confusión y mudez, y él se pasaba un par

de veces al día para echarles un vistazo a las tres.

K tenía a su madre y a su abuela en una misma habitación. Cuando entró,

corrieron a refugiarse cada una en un rincón.

—Hola, mamá. Hola, abuela. Soy yo, Tyrone.

Las dos fijaron la vista en sus manos vacías en vez de mirarlo a la cara. Él

sabía muy bien qué significaba eso.

—¿Cuándo les diste de comer por última vez? —le gritó a su hermana.

—Hace unas horas, creo.

—¿Lo crees o lo sabes?

—Lo sé.

—¿Y qué les diste?

—Una lata de raviolis Chez Boyardee a cada una.

K se fijó en que su abuela tenía sangre en el dobladillo del camisón y se le

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