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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Edison se había adueñado de una casa ajena. Aquello parecía la residencia de los

Holland.

Mientras tomaban té y galletas de jengibre, Holland dedicó toda su atención

a Morningside, porque estaba claro que no cabía en sí de contento por tener a la

presidenta en su salón.

Cuando Morningside, con frialdad, puso objeciones a que la llamase señora

presidenta, los labios carnosos de Holland esbozaron una sonrisa.

—Bueno, como sabrá —dijo él—, el Artículo II, Sección 1 de la

Constitución establece que, en caso de destitución del presidente, o de su

fallecimiento, dimisión o incapacidad para desempeñar los poderes y deberes de

su cargo, este recae en el vicepresidente. Ahora bien, los padres de la carta magna

sembraron aquí la semilla de la ambigüedad, al no dejar claro si el vicepresidente

se limitaba a asumir las responsabilidades del cargo o si se convertía en

presidente. Esa ambigüedad persistió hasta la Vigesimoquinta Enmienda de la

Constitución, que se ratificó en… ¿Cuándo fue?

—En 1967, querido —respondió la señora Holland.

—Gracias, sí, en 1967. La enmienda dejaba meridianamente claro que, en

caso de destitución, muerte o dimisión del presidente, el vicepresidente se

convierte, en efecto, en presidente. De manera que yo diría lo siguiente, señora

presidenta: fue usted nombrada formalmente vicepresidenta por un Congreso

funcional, aunque fuera en sus últimos estertores, y que, por tanto, a la muerte del

presidente Perkins, se convirtió de forma automática en presidenta.

Morningside escuchaba con expresión perpleja.

—¿Cómo es que se sabe la Constitución de memoria? —preguntó en ese

momento.

—Mi mujer y yo somos profesores de historia —anunció Holland con

orgullo—. Enseñamos historia estadounidense durante casi veinte años en una

escuela universitaria de Asheville. No es una gran universidad, pero como escuela

es muy buena —añadió a la defensiva.

—Jack era el director del departamento —dijo la señora Holland—. Yo

trabajaba para él.

—Y domésticamente yo trabajo, y lo digo en presente, para Melissa —

puntualizó él—. Ella lleva la batuta en nuestras moradas, tanto en la de

Ashenville, que ven en ese cuadro al óleo, como en esta de aquí.

—Pero esto es un campamento de verano —dijo Connie, y pasó los dedos

por la mata de pelo de su hijo—. Dylan vino un año. ¿Tienen algo que ver con el

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