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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—¿Qué? —le espetó—. ¿Tienes algún problema con cómo hago las cosas?

Él lo dejó correr. Quizá le estaba consintiendo demasiadas cosas, pero ella no

le dio tiempo para reflexionar.

—¡Deprisa, Jamie! Cambiemos nuestras cosas de coche y larguémonos antes

de que aparezcan los malos. No queda mucha gasolina en el depósito, pero ya nos

preocuparemos de eso cuando estemos en la carretera.

Después de cargar el Chevy Suburban, reemprendieron la marcha. Ahora

tenían más espacio para las piernas y para el equipaje; en contrapartida, el nuevo

vehículo consumía mucho más. Tenían que cruzar el río Connecticut hasta

Holyoke para volver a tomar la autopista en dirección oeste, pero antes

necesitaban llenar el depósito. Linda seguía las indicaciones del mapa y se

mantenía atenta por si veía coches a los que extraer la gasolina. Explicó que los

mejores eran los más antiguos, ya que tenían tapones que se enroscaban en vez de

llave. Pese a sus recelos y sospechas, Jamie debía admitir que era una mujer con

muchos recursos.

Pasaban junto al instituto Holyoke cuando Linda le pidió que parara. Un

viejo Ford con parches de abolladuras parecía un buen candidato, siempre y

cuando tuviera gasolina. La tenía, y unos minutos más tarde el depósito del

Suburban estaba ya a tres cuartos de su capacidad.

—Emma, Kyra, ¿tenéis que hacer pipí? —preguntó Jamie.

—No, papi —contestó Emma.

—No, papi Jamie —contestó Kyra, que aún no tenía muy clara cuál era la

relación entre ambos.

—Pues yo sí —repuso Linda.

—Yo también —dijo él, dejando su puerta ligeramente abierta.

Habían aparcado cerca de un bosque. Linda y Jamie se adentraron un poco y

se ocultaron tras unos árboles. Llovía a cántaros.

En cuanto desaparecieron de vista, Romulus decidió salir a dar una vuelta. Se

abrió paso entre los dos asientos delanteros y se escabulló por la rendija de la

puerta del conductor, con la correa serpenteando tras él. Emma chilló asustada,

saltó a la parte de delante y abrió la puerta de par en par. Kyra la siguió.

Jamie y Linda se habían alejado del coche apenas un minuto.

—¿Dónde diablos están? —gritó Linda al descubrir el asiento trasero vacío.

La lluvia caía incesante, casi no se veía nada. No había ni rastro de las chicas.

Ahuecaron las manos y gritaron hacia el entorno brumoso que los rodeaba:

—¡Emma!

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