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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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en el bosque pasaba por delante de varias edificaciones alargadas, semejantes a

barracones, todas ellas a oscuras.

Jamie y Connie dejaron unos pasos de distancia entre ellos y Streeter.

—Creo que va colocado otra vez —susurró él.

—Ya me he fijado.

Streeter se detuvo delante de una cabaña más pequeña. A través de las

ventanas se veía titilar unas velas en el interior. Camino abajo, Jamie vio por lo

menos una caseta más.

—Esto es para vosotros —dijo Streeter—. Tres dormitorios. Ya os

organizaréis.

Dentro, iluminadas por un par de lámparas que funcionaban con pilas y

desperdigadas por el suelo, vieron las posesiones que les habían permitido llevarse

de casa de Connie, junto con los grandes arcones de plástico que contenían el

instrumental médico. Los dormitorios eran minúsculos y la estancia principal,

pequeña y rudimentaria. Había una cocina americana al fondo con un fregadero

que no funcionaba, una mesa de roble con seis sillas, un sillón que perdía relleno

y varios pufs para sentarse delante de la chimenea apagada. En vez de tirar de la

cadena del váter había que usar una garrafa de agua. Había un montón de leña,

unas cuantas ramitas y cerillas.

—¿Dónde está mi cama? —preguntó Kyra—. Tengo sueño.

—Enseguida nos organizamos —respondió Jamie.

—Yo quiero quedarme con Emma —dijo Dylan.

—Ni lo sueñes —le espetó Connie—. Las chicas dormirán juntas.

—Ni se os ocurra escapar —advirtió Streeter—. El campamento está rodeado

de alambre de espino y mis chicos montan guardia durante toda la noche.

Además, estamos en medio de la nada. En estos bosques hay osos y coyotes, y

están muertos de hambre.

Jamie se agachó para volver a meter en las bolsas los objetos que Streeter

había desparramado en el suelo. Los apuntes de laboratorio seguían ahí. Se

dirigió hacia el petate, pero Streeter le arrebató el retrato enrollado de Mandy.

—Muy bonita —comentó Streeter—. ¿Esposa? ¿Novia?

Antes de que Jamie pudiera reaccionar, Streeter acercó un mechero al cuadro

y, cuando prendió, se encendió un puro con las llamas.

—¡Hijo de la gran puta! —explotó Jamie.

Cuando Roger se bajó el fusil del hombro, Connie sujetó a Jamie de la manga

para contenerlo.

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