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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Eso no lo sé. Me atormenta pensarlo.

Oyeron los rotundos pasos de Edison subiendo por la escalera.

—Tenemos que ayudarnos mutuamente, Gretchen —dijo Jamie.

Ella lo miró con enigmática tristeza antes de que le abrieran la puerta y se

marchase.

Jamie pasó todo aquel día y la noche entera encerrado con Brittany. Lo único que

tenía que hacer era vigilarla y angustiarse, y se entregó a fondo a las dos tareas. Se

convenció a sí mismo de que tal vez el coma remitía un poco, pero los progresos

eran lentos hasta la desesperación. Él y Linda habían reaccionado de manera muy

distinta al secuestro de sus hijas. Él sufría y rabiaba en silencio. Linda se

mostraba más expresiva, mucho más. Se pasó el día y buena parte de la noche

gritando y maldiciendo desde su habitación cerrada con llave. En un momento

dado, Jamie le pidió que se calmase, que no tenía sentido desgañitarse, pero ella

no hizo sino desviar sus iras contra él e insultarlo por ser demasiado pasivo.

Cuando no lo consumía el pensar en Emma, se preocupaba por Mandy.

Habían pasado dos días desde su partida de Boston y su incapacidad para

ponerse en contacto con ella lo volvía loco. Muerto Derek, Mandy estaba sola.

Quería protegerla, pero no tenía ni idea de cuánto tiempo pensaba retenerlos

Edison. Palpó los tubos de péptidos de CREB liofilizados, que no habían salido

en ningún momento de su bolsillo, y añadió el estado del congelador de Mandy a

la lista de cosas por las que agobiarse.

Edison asomaba la cabeza cada pocas horas para expresar su ira y decepción

por que Brittany no hubiera despertado. Los sutiles detalles de su mejoría caían

en oídos sordos. Gretchen le llevó una de sus comidas y le dijo que no sabía nada

del paradero ni del estado de Emma o de Kyra. El resto de las comidas se las

llevó Mary Lou, la llorona silenciosa. Jamie intentó entablar conversación con

ella, pero no resultó fácil.

—Se supone que no tengo que hablar con usted —dijo la mujer por fin,

cuando la presionó.

—Hábleme de su situación —insistió Jamie—. A lo mejor puedo ayudarla.

—Nadie puede ayudar. Estamos perdidos, todos.

A media mañana, Jamie echó un vistazo a través de las ventanas atornilladas

del dormitorio al oír el portazo de un coche. Era Joe Edison, que llegaba a la casa

grande procedente de alguna parte. Silbaba y sonreía, y eso sumió a Jamie en una

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