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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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hospitalarios de Massachusetts donde se habían detectado casos sospechosos de

SAF. Y no era el único estado afectado. Según el incesante aluvión de

informaciones que publicaban los medios, numerosos departamentos sanitarios,

tanto locales como estatales, estaban adoptando medidas similares por todo el

país.

Al mediodía el CDC emitió un comunicado de prensa en el que describía el

nuevo síndrome y recomendaba a la población que permaneciera en sus casas

hasta que dispusieran de más datos sobre los contagios. Se urgió a las guarderías,

escuelas y universidades a cerrar temporalmente. Los hospitales tenían potestad

para rechazar a los pacientes que no requirieran una atención médica urgente. Se

aconsejaba a los ciudadanos que llevaran mascarillas si tenían que salir para

comprar provisiones o medicamentos de emergencia.

De forma casi inmediata se produjo una estampida humana en dirección a

cajeros, supermercados y farmacias. Las estanterías se vaciaron. Las aceras se

llenaron de emprendedores avispados que vendían mascarillas por cinco dólares y

frascos de gel hidroalcohólico por veinte.

La Casa Blanca pidió calma e hizo comparecer al secretario de Seguridad

Nacional en la sala de prensa. No tenía mucho más que añadir al comunicado

emitido y fracasó a la hora de intentar transmitir confianza. El director general

de Salud Pública también se plantó ante las cámaras, aunque su intervención no

fue mucho más convincente.

En el puesto de enfermería de la unidad de biocontención había un televisor,

y algunos de los confinados se agolparon a su alrededor para ver cómo los

reporteros provistos de mascarillas que aparecían en la pantalla señalaban hacia

sus ventanas. Otros pasaban el tiempo tumbados en las camillas, mirando sus

móviles, hablando con familiares y amigos o siguiendo el desarrollo de los

acontecimientos en las redes sociales.

Desde la cafetería del hospital les traían bandejas de comida que dejaban

delante de una de las salidas de emergencia. Una planta más abajo, un vigilante

de seguridad con mascarilla controlaba que nadie saliera huyendo por las

escaleras cuando se desactivaba la alarma para que pudieran recoger la comida.

Al caer la noche, Jamie leyó los documentos con las directrices del CDC y

vio las noticias en la televisión con una creciente sensación de temor. Seguro que

habría muchos más casos. La cuestión era cuántos. A las cuatro de la tarde había

sido invitado a formar parte de un grupo de trabajo del CDC que le había puesto

al corriente de los últimos datos. Las lagunas en las directrices de Salud Pública

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