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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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K negó con la cabeza.

—Ya no podemos hacer nada por él.

Shaun vio cómo los coches arrancaban a toda velocidad y cómo la horda salía

corriendo tras ellos hasta que se perdieron de vista. Luego cogió unas servilletas

de papel de la cocina para limpiar el estropicio que había hecho Boris y le dejó

que se levantara él mismo e intentara recuperar un poco de dignidad.

No había cortinas ni persianas en el laboratorio, así que a Mandy no le hacía

mucha gracia que la lámpara portátil se utilizara para cosas que no fueran

absolutamente imprescindibles. Sin embargo, Rosenberg le había pedido si podía

dejarla encendida un rato más para seguir pintando en su cuaderno antes de

acostarse. Podría haberle sugerido que se fuera al pasillo, o incluso a los servicios,

pero se le veía tan feliz allí sentado, en uno de los taburetes, tarareando algo de

Beethoven, que no le dijo nada.

Deseaba tener trabajo para mantenerse ocupada. Para ella, trabajar era su vía

de escape. Eso solía sacar de quicio a Derek; él siempre había insistido en que la

casa fuera un espacio al margen del trabajo y en que Mandy se buscara todo tipo

de actividades de ocio. La presionó para que se apuntara a clases de cocina, a una

liguilla de voleibol mixto, incluso a bailes de salón…, un auténtico desastre. Lo

cierto era que ella se había escudado en el trabajo para mantener sus vidas lo más

separadas posible. Trataba de no darle muchas vueltas, pero el caso es que nunca

lo había amado. Estaba convencida. Lo había conocido de rebote tras su relación

fallida con Jamie, y para ella había sido un refugio seguro. Sin embargo, una vez

que se acomodaron y se estancaron en su matrimonio, Mandy no había

encontrado el valor para ponerle fin. Eso habría acabado con su marido.

Literalmente. Derek era una persona negativa hasta la médula, y ante el más

mínimo problema se sumía en unas depresiones severas contra las que de nada

servía la medicación. Dejarlo habría precipitado una tragedia con la que habría

tenido que vivir el resto de sus días. Ahora que ya no estaba, Mandy no sentía

dolor. Tampoco alivio. Solo culpabilidad.

Pasó un dedo por el lomo de los libros que había traído consigo y se detuvo

en un maltrecho ejemplar de una de sus novelas favoritas de juventud. Francie

Nolan, la heroína de Un árbol crece en Brooklyn, siempre había sido uno de sus

referentes, un ejemplo a seguir de lo que una mujer fuerte podía soportar y de las

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