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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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espera conmigo la noche en cuestión. Después estaba Alice, esa enfermera tan

joven y guapa con la que le vi hablando ayer. Y luego un señor mayor del que no

he llegado a saber el nombre, y el tipo ese llamado Tim, que era siempre tan

reservado. Toda esta gente les daba miedo y querían largarse de aquí a toda prisa.

Me pidieron que me fuera con ellos, pero les dije que me resultaría imposible

bajar las escaleras con el pie herido y demás. Doctor Abbott, toda esta pobre

gente… ¿Son peligrosos?

Jamie notaba un dolor palpitante en la mano y tenía el hombro magullado

tras su encontronazo con Dave Soulandros.

—No lo sé, Margaret. No son ellos mismos. Es difícil saber cómo

reaccionarán cuando estén muy asustados o hambrientos. Y ahora ¿por qué no

vamos a buscarle una silla de ruedas?

La puerta que daba a la escalera continuaba entreabierta. Jamie la cerró y la

alarma cesó. Ahora los únicos ruidos que se oían en la Avenida Q eran gruñidos

y exclamaciones bruscas, inconexas.

El trayecto desde el centro hospitalario hasta su casa en el barrio de Broad

Ripple, en Indianápolis, fue surrealista. Era media mañana, pero las calles estaban

desiertas. Mandy había acabado por ceder a las súplicas de su marido para que

volviera a casa, pero se sentía demasiado cansada y tenía miedo de quedarse

dormida al volante. La emisora de radio no paraba de emitir avisos

gubernamentales en los que se urgía a la población a confinarse y a no salir de

casa a menos que se tratara de una emergencia, y añadían que, en tal caso,

llevaran siempre puesta una mascarilla. Un corresponsal informaba desde

Washington de rumores sin confirmar sobre una situación convulsa en el interior

de la Casa Blanca, si bien no ofrecía más detalles. A Mandy se le cerraron los

ojos durante un segundo. Los abrió, sobresaltada, y se subió la mascarilla N95

que llevaba colgada al cuello. Bajó las ventanillas para que el aire la despejara y

entonces olió el humo, aunque no veía de dónde procedía.

El incendio era en dirección norte. Al girar hacia North Illinois Street,

Mandy vio el humo elevándose por encima de los árboles. A una manzana del

Museo de los Niños, había una casita que el fuego estaba devorando. Plantado en

el césped de delante, un hombre rociaba inútilmente las llamas con una

manguera de jardín.

—¿Ha llamado a los bomberos? —le preguntó la doctora a voces.

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