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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Bingo.

—Y cuando volvamos, me dais a Emma —repuso Jamie.

—Si hoy te comportas, es toda tuya.

Joe se levantó para dejar su tazón en el fregadero.

—La echaré de menos —murmuró.

Con tanto recluta nuevo, los autobuses iban abarrotados, de modo que Edison le

dijo a Mickey que le siguiera en uno de los vehículos de Ed Villa y que metiera

dentro al máximo número de milicianos. A Joe le dijo refunfuñando que, si

seguían ampliando sus filas y capacidad, acabarían necesitando más vehículos de

transporte y tendrían que enseñar a conducir a algunos de los infectados. Jamie y

Linda viajaban con Edison en el autobús del pastor Snider y Joe los seguía en el

autocar escolar.

—¿Nervioso? —preguntó Edison a voces por encima del hombro.

Jamie no respondió. El nerviosismo no era su emoción dominante, sino la

furia que le provocaba verse forzado a ejercer su profesión con perversión, verse

prisionero de ese hombre y pensar en las atrocidades a las que podrían haber

sometido a Emma.

En lugar de contestar, se volvió hacia los jóvenes que iban sentados detrás de

él. Sus rostros, inescrutables, no dejaban entrever nada de lo que les pasaba por la

cabeza. ¿Quién era el joven rubio grandullón de las manazas con los nudillos

rojos? ¿Cómo era su vida unas semanas antes de que el mundo se fuera al garete?

¿Y el melenudo delgado que llevaba una chaqueta a cuadros a la que le sobraban

un par de tallas? ¿Y el gordo de la barba desaliñada y las mejillas coloradas?

¿Quiénes eran? ¿Volverían a encontrarse a sí mismos alguna vez? ¿Estaban

condenados a recordar solo esa versión de su vida como soldados de una causa

que no era la suya?

—¿A qué distancia está Clarkson? —le preguntó Jamie a Linda.

—Llegaremos pronto.

—¿Habrá problemas?

—Nosotros somos los problemas. Ellos son ovejas; nosotros, lobos.

Jamie sacudió la cabeza al oírlo.

—¿Qué? —preguntó Linda.

—Esto es demencial, Linda. Os cebáis en personas inocentes. ¿Es que no lo

veis?

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