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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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L

os cuerpos maltrechos empezaron a sanar.

Después de casi dos semanas en la casa de Connie junto al lago, Jamie casi

no sentía dolor y estaba preparado para llevar una escayola más pequeña y ligera.

Kyra había dejado de quejarse del brazo y dedicaba toda su atención a

enfurruñarse para demostrar sus celos por el enamoramiento mutuo de Emma y

Dylan. Gloria Morningside, por su parte, comía con normalidad y daba breves

paseos cogida del brazo de Connie, bajo el aire gélido de la montaña.

Mucho antes de la epidemia, Connie ya era preparacionista. La gente de

aquella parte del estado tenía una acusada veta autàrquica y, a instancias de sus

vecinos Cole y Dyk, la cirujana había hecho acopio de comida y leña en previsión

de cualquier posible desastre. Tenía el sótano lleno a rebosar de víveres, que le

permitían ofrecer a sus invitados unas opíparas comidas. También contaba con

un pequeño generador, pero lo usaba con moderación para alimentar un par de

lámparas cuando estaba oscuro.

Esa noche hacía un tiempo de perros. El viento aullaba y levantaba unas olas

enormes que golpeaban el embarcadero. Al anochecer, Jamie había ido con

Connie a llenar una garrafa de cinco litros de agua y ella había examinado el

muelle con expresión pesarosa. Aunque reconocía que era la menor de sus

preocupaciones, se quejó de que, sin electricidad para encenderla máquina de las

burbujas, el hielo invernal se llevaría el embarcadero por delante.

—Qué tonta —dijo riéndose de sí misma.

Después de cenar, Jamie fregó los platos y luego se sentó con Connie y

Morningside a la mesa de la cocina para rematar la botella de vino. Emma, Kyra

y Dylan estaban tirados por el suelo del salón construyendo un castillo de Lego.

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