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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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coche en todo lo referente a Washington. Creo que yo le hacía tilín.

—Bueno, quizá un poco —reconoció Perkins.

—Quizá un montón —replicó ella.

Jamie sonrió mientras escuchaba su jocosa conversación. Él era el público de

aquel pequeño entremés doméstico que se representaba en un ornamentado

teatro azul de la casa más ilustre de Estados Unidos. Se preguntó a quién tendría

que contárselo algún día.

Oyeron un disparo aislado, atenuado por el grueso cristal y las cortinas

echadas.

—Vaya, vaya —dijo Morningside—. Eso ha sonado cerca.

—El sonido de los disparos se ha vuelto cotidiano —señaló Perkins.

Morningside estiró el brazo, encontró la muñeca de Jamie y lo pilló

totalmente desprevenido:

—Dígame que su vacuna funcionará.

Él le contestó lo que quería oír.

—Creo que sí.

La vicepresidenta se dispuso a añadir algo, pero la interrumpió una ráfaga

cercana de disparos con fusil automático.

Los dos agentes del servicio secreto a los que Jamie había visto ante el

Despacho Oval entraron y comprobaron que las cortinas no dejaran pasar la más

mínima luz.

—¿Nuestro o suyo? —preguntó Perkins.

—Suyo —contestó el agente mayor, que a continuación respondió a una

transmisión que le llegaba por el auricular—. Entendido.

»Los centinelas del jardín Norte creen que alguien ha disparado contra las

ventanas de la tercera planta. El oficial al mando solicita permiso para responder

con unos disparos de advertencia.

—¡Que apunten alto! —exclamó Perkins—. No quiero derramamiento de

sangre.

Sonó una ráfaga de ametralladora ligera desde la azotea de la Casa Blanca y

volvió la paz.

—Pobres infelices —comentó Perkins—. Llegan aquí desde todos los

rincones porque esta casa es un faro de esperanza. No tienen electricidad y dentro

ven luz. No tienen comida e imaginan que aquí la hay de sobra.

—Deberíamos alimentarlos en la medida de nuestras posibilidades —dijo

Morningside.

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