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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Oh, lo veo perfectamente. ¿Sabes por qué? Porque sé cómo sobrevivir. ¿Y

tú?

El día había amanecido brumoso, pero para cuando el pequeño convoy

embocó la calle principal, la niebla se había despejado y había salido el sol. A

Jamie, el centro de la ciudad le pareció bonito y próspero, aunque hacía tiempo

que no cortaban el césped y las aceras estaban llenas de basura que el viento hacía

revolotear. Los edificios comerciales y municipales, de principios del siglo XX,

estaban construidos con ladrillo rojo o piedra caliza amarilla. Eran casas

señoriales de amplio porche, con marcos y alféizares blancos en las ventanas.

Parecía un sitio estupendo para vivir.

Edison pisó el freno y detuvo el autobús delante de la oficina del sheriff, un

edificio más nuevo, de hormigón, con apariencia de búnker. A un lado tenía un

banco y, al otro, una pizzeria. En la acera de enfrente se alzaba el edificio más

alto de la ciudad, los juzgados del condado, un edificio de ladrillo con molduras

decorativas de piedra caliza para separar las plantas, un tejado a dos aguas y, de

remate, una torre alta con reloj.

—Vale —dijo Edison—, esta es nuestra primera parada. Abajo todo el

mundo. —Dio instrucciones a Joe por el walkie-talkie para que desembarcaran.

Joe y Mickey aparcaron detrás e hicieron salir a voces a sus milicianos.

Pronto, más de cincuenta hombres y niños armados de fusiles, palas y mangos

de pico ocupaban el centro de la calle principal, formando nubecillas de vaho con

el aliento.

Edison dio las órdenes.

—Joe, quédate aquí con la mitad de estos muchachos y dale al médico tu

walkie-talkie. Doctor, tú te quedas junto al autobús. Si te necesito, te llamaré por

radio. Linda, tú vienes conmigo.

—¿Qué hago yo, señor E? —preguntó Mickey.

—Tú ponte donde no molestes, chico. ¿Puedes hacerlo?

—Creo que…

Nadie pareció oír el disparo que alcanzó a Mickey en la cabeza y lo derribó

como un árbol. Pero lo que vino a continuación fue ensordecedor.

La descarga cerrada de fusilería y pistolas cayó desde los pisos superiores y la

torre del reloj de los juzgados, desde la azotea de la oficina del sheriff y desde el

banco. Los hombres aptos y no perturbados de Clarkson, puestos sobre aviso tras

la incursión anterior de Edison, los estaban esperando.

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