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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Joe miró alrededor, confuso, intentando averiguar de dónde procedía la voz

que lo llamaba.

—¡Aquí arriba!

Encima del colmado había un pequeño apartamento. El edificio era

propiedad del alcalde y le arrendaba el espacio comercial a su primo, que era

quien regentaba la tienda. El piso de un solo cuarto lo alquilaba por separado.

Era el más barato de todo Dillingham, un auténtico cuchitril, pero era lo único

que Mickey Ferguson podía permitirse. El chico estaba asomado a una de las

ventanas y agitaba el brazo a su viejo colega de instituto. Mickey se había criado

en el pueblo, pero ya no tenía a nadie. Su padre había abandonado a su madre

cuando él iba todavía a primaria, y cuando se graduó del instituto, ella se mudó a

Pittsburgh para vivir con un hombre al que había conocido por internet.

Mickey se había quedado en Dillingham. Subsistía a base de trabajillos y de

trapícheos con marihuana. De vez en cuando le pedía a Joe que hablara con su

padre para que le consiguiera algún empleo en la granja, pero a Edison el chico le

caía mal desde el día en que, con trece años, ahogó a un gato callejero en el

estanque. Entonces, Edison le comentó a su hijo que la única razón para matar

un animal era para comérselo.

—He oído un disparo —gritó Mickey—. ¿Tú lo has oído?

—El jefe Martin está muerto —dijo Joe—. Y Kelso también.

—Pues yo que me alegro. Oye, ¿cómo es que no llevas mascarilla? En la tele

dicen que todo el mundo tiene que llevarla.

—Ya hemos estado más que expuestos. Toda mi familia lo ha pillado menos

mi padre, mi hermanita y yo. Puede que lo cojamos, puede que no.

—Yo igual. Últimamente trabajaba fregando platos en el Fairview, ya sabes, y

la dueña, su hijo y su mujer se pusieron enfermos. Pero yo no. Me despierto cada

día esperando tener un pudín de chocolate por cerebro, pero como puedes ver,

aún no se me ha ido la olla. Esos tres del Fairview están que dan pena. Anteayer

les puse unos tazones de cereales, pero, si te digo la verdad, no quiero volver allí.

—Bien que haces —dijo Joe.

—Ey, señor Edison —saludó Mickey moviendo la mano.

Edison apenas lo miró.

—¿Tienes algo de comida ahí arriba, Mickey?

—Montones. He dejado la tienda pelada.

Padre e hijo hablaron un momento en voz baja. Edison propuso que se

llevaran la comida a punta de pistola, pero Joe se opuso.

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