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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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de su vecino para detectar cualquier señal de actividad. No había visto a Jeff

Murphy desde la noche en que le dio la comida, y ahora que se iban, sentía cierto

cargo de conciencia por marcharse sin comprobar cómo estaba.

Linda salió cuando Jamie llamaba a la puerta.

—Seguramente se habrán ido —le dijo.

—Uno de los coches está aparcado delante y el otro en el garaje.

Ella le soltó que, como le diera más comida, se cabrearía mucho. Él la

despachó con un «No te preocupes», y rodeó la casa para echar un vistazo.

La puerta de atrás también estaba cerrada. Ahuecó las manos para mirar a

través de la ventana de la cocina y llamó a Murphy. Se fijó en que el pestillo no

estaba echado, así que levantó el cristal, preparándose para oír que saltaba una

alarma antirrobo dotada de batería eléctrica. La alarma no sonó. Jamie volvió a

llamar a Murphy y, movido por un impulso, se coló en el interior.

La casa de Murphy había sido diseñada por el mismo constructor que la suya,

así que tenían más o menos la misma distribución. Junto a la cocina había una

pequeña habitación que Jamie usaba como biblioteca. Ellos la usaban como

estudio. La puerta estaba entreabierta.

—¿Hola?

La empujó suavemente, pero algo la frenó.

Empujó más fuerte.

Las palabras escaparon de la boca de Jamie como un susurro apenas audible:

—Oh, Dios…

No tuvo ni la más mínima duda de que la esposa de Murphy estaba muerta.

Tenía el abdomen totalmente abierto, con los intestinos y el hígado

desparramados. Murphy estaba junto a ella sobre la alfombra, cubierto por

completo de sangre, aunque no toda era de su mujer. Tenía profundas marcas de

mordiscos en los brazos y jadeaba en busca de aire.

Linda vio que Jamie salía corriendo por la puerta de delante, se sentaba en las

escaleras y se quedaba mirando al vacío.

Sin decir palabra, pasó junto a él y entró en la casa.

Jamie oyó un disparo, luego otro. Linda salió y se sentó a su lado.

—Uno ha sido para ella, por si acaso aún vivía.

—Estaba muerta.

—Bueno, yo no soy médico.

—Es espantoso —murmuró él—. Quizá debería haber…

Ella lo cortó en seco.

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