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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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juntos… Qué diablos, lo hemos pasado de fábula. Siento mucho tener que llegar

a esto, pero espero que me perdones y confío en estar haciendo lo correcto. Te

amo.

Y, acto seguido, pegó la almohada contra su rostro demacrado.

La pobre mujer ofreció menos resistencia de la que Mandy habría esperado.

Solo forcejeó débilmente con el brazo y la pierna que no tenía paralizados, y esos

miembros estaban ya atrofiados. Rosenberg apretaba con todas sus fuerzas, hasta

que sus brazos empezaron a temblar por el esfuerzo. Tenía los ojos cerrados, pero

Mandy sabía que podía oír los débiles y primarios intentos de la mujer por seguir

con vida. Mantuvo la presión durante un minuto entero hasta que el cuerpo de la

anciana dejó de moverse. Solo entonces alzó la vista hacia Mandy.

—Creo que ya está, Stanley.

Rosenberg se dejó caer en la silla con el arma homicida en su regazo.

Tenía los ojos secos y habló sin aparente emoción:

—¿Podrías comprobarlo?

—No soy de esa clase de médicos.

—Más que yo sí. No quiero enterrarla viva.

Mandy tomó la lánguida muñeca de la anciana para comprobar el pulso y, al

no encontrarlo, probó palpándole el cuello.

—Creo que ya se ha ido.

—¿Lo crees o lo sabes?

—Creo que lo sé.

A Rosenberg se le escapó una risa leve, que alivió la tensión por un momento.

Aunque Camila pesaba apenas cuarenta kilos, tuvieron que lidiar una batalla

épica para bajarla por las escaleras sin perder la dignidad. Rosenberg la sostenía

por los brazos y Mandy por las piernas, y tras salir de la casa depositaron el

cuerpo sobre la hierba del patio trasero, donde el anciano ya había cavado una

tumba similar a la que había abierto para Derek. Cuando acabó de rellenar la fosa

y aplanó el suave montículo de tierra fresca con sus manos, las manos de un

artista, rompió a llorar. Mandy contempló con gesto respetuoso su desgarrador

esfuerzo. Luego se arrodilló junto a él y le acarició la espalda a través de la

camisa, empapada en sudor.

—Gracias.

—Casi no he hecho nada, Stanley.

—Has hecho mucho, créeme.

—¿Y ahora qué?

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