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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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El hombre se dio la vuelta y Mandy vio su cara de desesperación.

—No van a venir. Mi mujer está dentro y no quiere salir. Se comporta de un

modo muy extraño.

—¡Dios! —masculló Mandy, que paró el coche junto a la acera y marcó el

número de Emergencias.

Tardaron una eternidad en contestarle.

—Emergencias. ¿De qué se trata?

Ella dio la dirección del lugar del incendio.

—El Departamento de Bomberos está fuera de servicio esta mañana, señora.

Por la epidemia y todo eso.

—Entonces ¿van a dejar que la casa arda hasta los cimientos? Hay una mujer

dentro.

—No podemos hacer nada. Lo siento de veras.

La línea se cortó.

—¡Lo he intentado! —le gritó Mandy al hombre de la manguera, que se

volvió hacia las llamas con lágrimas en los ojos.

La doctora reanudó la marcha, también llorando. Al doblar la esquina de su

calle, tuvo que frenar cuando aún faltaban unas cuantas casas para llegar a la suya.

Dos de sus vecinos, a los que reconoció porque cada dos por tres salían a pasear a

su perrita, deambulaban sin rumbo por el jardín delantero de su casa, cuya puerta

estaba abierta de par en par. No sabía sus nombres, solo el de su terrier: Shandy.

—¿Se encuentran bien? —les preguntó.

La pareja de mediana edad retrocedió al oír su voz y se dirigió a toda prisa

hacia la entrada. Shandy apareció corriendo desde la parte de atrás. Al principio

ladraba, pero luego se acercó al coche meneando la cola.

Mandy se bajó y acarició al animal.

—Ey, soy vuestra vecina, Mandy Alexander. ¿Va todo bien?

La pareja se dio la vuelta. El hombre, que seguía reculando hacia la casa,

trastabilló, pero enseguida recuperó el equilibrio. La mujer miró a Mandy con los

ojos como platos.

—Esto…

—¿Esto qué?

—Esto…

Mandy se apretó la mascarilla sobre el puente de la nariz y se acercó a la

pareja. Lo vio con claridad: estaban infectados. Partes del virus que ella había

creado habían llegado a sus cerebros. La enormidad de la revelación la impactó

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