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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Era una mañana cálida y luminosa en la que todo el mundo andaba ocupado con

sus tareas. Connie y varias de sus damas y caballeros quitaban las malas hierbas

del huerto. Otros barrían los barracones o preparaban la comida. Jeremy y Dylan

escarbaban en busca de gusanos y fabricaban trampas para conejos. Arthur

tomaba el sol en la hierba junto a Connie.

Uno de los hombres a los que Streeter había disparado no había llegado a

recuperarse del todo. Era el mayor del campamento, de unos cincuenta años,

según Connie. Streeter lo había herido en el pulmón derecho y, aunque Connie

le había salvado la vida, le había quedado una herida supurante en el pecho que

no había manera de sanar. Por su estado enfermizo, estaba excusado de la mayor

parte de las tareas. En aquella hermosa mañana, paseaba por el campamento

cogiendo flores silvestres. Sabía que siempre se llevaba un beso cuando regalaba

un ramillete a Connie.

Acuclillada, Connie oyó cómo la llamaba. Alzó la vista y lo vio corriendo con

paso torpe, tosiendo y farfullando. Se levantó y le dijo que no corriera.

—¡Te vas a poner enfermo!

—¡Connie! ¡Connie! —insistía él.

—¿Qué pasa?

—¡Un coche! ¡Viene un coche!

A Connie le entró el pánico.

Durante un tiempo, no había ido a ninguna parte sin un arma de fuego, pero

había perdido esa costumbre. Llamó a Jeremy a gritos y corrió hacia la casa para

coger el fusil, pero llegó demasiado tarde.

Un todoterreno negro con las lunas tintadas se acercó por el camino a toda

velocidad y se detuvo delante de la casa, cerrándole el paso.

Estaba a punto de gritar a todo el mundo que arrancara a correr, cuando se

abrió la puerta del conductor.

—¡Jamie! —gritó Connie, y cayó de rodillas.

Él corrió hasta ella, la levantó del suelo y la besó más apasionadamente de lo

que había besado nunca a nadie.

El perro saltó al interior del coche y empezó a lamer a las chicas como un

desesperado.

—¡Arthur! —dijo Kyra con una risilla—. ¡Cuidado con el bebé!

—¡Pero mira qué par de bellezas! —exclamó Connie cuando salieron del

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