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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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hacia arriba, le lanzó a su amiga la pelota que tenía en la mano derecha.

En esta ocasión, Emma ahuecó las manos, las juntó y la cogió. Ahora ella

también se echó a reír, y le devolvió la pelota a su amiga, tirándola más fuerte. La

bola se dirigió hacia el lado izquierdo de Kyra. De pronto, el instinto deportista

de esta debió de activarse, porque en una fracción de segundo dejó caer la que

sostenía y agarró la otra. A las dos les dio un ataque de risa tan escandaloso que

Linda subió corriendo las escaleras pensando que había pasado algo malo.

—¡Mira! —le dijo Jamie—. Kyra, ¿qué es esto?

—Pelota.

Jamie simuló un lanzamiento y dijo:

—Tírasela a Emma.

Kyra lanzó la pelota y Emma la cogió al vuelo. Al ver aquello, Linda rompió a

llorar. Las chicas se pusieron serias de golpe. Kyra también empezó a gimotear.

—No, cariño —le dijo Linda—. Mamá no está triste, está feliz.

De camino al laboratorio, Jamie se fijó en que la basura se acumulaba en las

calles. Montones de basura. Los cubos alineados sobre las aceras rebosaban, a la

espera de ser vaciados por unos servicios de recogida que quizá nunca pasarían.

Había bolsas de basura por todas partes: en los bordillos, en los callejones entre

las casas y los bloques de apartamentos, en los caminos de entrada…, y muchas

de ellas estaban desgarradas por animales o tal vez por personas. Apenas se veían

transeúntes y el tráfico era muy escaso. La mayoría de las casas tenían las

persianas bajadas y las cortinas echadas. Jamie se preguntó qué estaría ocurriendo

en su interior.

A esas alturas, los más fuertes y agresivos que no habían sucumbido a la

enfermedad habían vaciado tiendas y supermercados. Eso lo sabía por las

noticias. ¿Estarían pasando hambre dentro de esa casita blanca con coloridos

maceteros en las ventanas? ¿Y en esas dos casas adosadas con siete coches

apiñados en el camino de entrada? ¿Habrían unido sus fuerzas los clanes

familiares para hacer frente a la situación? ¿Cuántas personas despojadas de

memoria tendrían a quien aún cuidara de ellas? ¿Cuántas estarían solas y

muriéndose de hambre?

No llovía, pero tuvo que poner en marcha los limpiaparabrisas. El aire estaba

cargado de finas partículas que cubrían de un gris ceniciento los coches y el

césped de los jardines. Se veían penachos de humo que se alzaban a lo lejos desde

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