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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Gracias por cuidar de ella —dijo—. Ojalá tuviera tiempo para escuchar

cómo la conocisteis. Dejad que os ayude a… ya sabes…

—Vete tranquilo, tío —replicó Shaun—. Mandy nos ha hablado de tu cura.

Eso es lo que tienes que hacer. No te preocupes por ella. La enterraré en el patio

de atrás, al lado de mi amigo Boris. Así podremos visitarla cuando queramos. Por

ahora solo tenemos flores de plástico, pero, cuando llegue la primavera,

cogeremos flores de verdad para ponerlas encima.

—De las bonitas —dijo Keisha agarrando a Shaun de la mano.

Cuando Jamie abrió la puerta del laboratorio de Mandy, el hedor lo golpeó de

lleno. Las niñas tuvieron que taparse la cara. Las dejó al lado de la puerta y usó la

linterna para localizar el congelador.

Algo iba mal.

Debería brillar una lucecita en la base del aparato.

Cuando tiró del asa, debería haberle golpeado una vaharada de aire gélido.

Debería haber visto estantes de tubos de ensayo y ampollas congelados.

Debería haber sentido algo más que desesperación.

La temperatura en el interior del congelador era la misma que en el resto de

la sala. Lo más probable era que el generador hubiese dejado de funcionar días

atrás. Todas las muestras de adenovirus estaban descongeladas.

—Oh, Dios —suspiró—. Niñas, quedaos aquí.

Jamie entró en la oficina pegando la nariz y la boca a una manga. Pasó por

encima del cuerpo de un joven y por encima del cuerpo del amigo de Mandy,

Stanley. Los cuadernos de laboratorio de la doctora Alexander estaban

cuidadosamente apilados en una estantería. Cogió el equivalente a cinco años de

trabajo, lo metió en la mochila vacía de Mandy, que colgaba del perchero, y se la

colgó al hombro.

Cuando estaba a punto de irse, vio algo y enfocó el haz de luz.

Era una pintura de acuarela sobre un caballete improvisado, el retrato más

bello que había visto en su vida: Mandy, con el rostro lozano y sonriente, sentada

en un jardín de flores dolorosamente hermoso.

—¡Mandy! —dijo Emma entusiasmada.

—Sí, es ella.

Jamie enrolló el cuadro y se lo guardó en la chaqueta.

—Vamos, chicas. Daremos otro paseíto en coche.

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