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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Mientras atisbaba a través de los cristales, empañándolos con su aliento, se abrió

una puerta lateral y una enfermera con uniforme y mascarilla salió corriendo en

dirección al aparcamiento.

—¡Eh! —la llamó—. No puedo entrar.

—El hospital no admite nuevos pacientes.

—¿Y qué pasa con los ingresados?

—Todavía queda una parte del personal para cuidar de ellos.

Joe pensó rápido y mintió.

—Mi mujer está dentro. Tenía que salir hoy.

—Tendrá que esperar a que ella le llame más tarde.

—Me llamó anoche. Ya le han dado el alta. Si me deja entrar, iré a buscarla.

Acabamos de tener un hijo y estoy que me va a dar algo.

Ella meneó la cabeza, dudando, hasta que al final se decidió.

—De acuerdo, pero para entrar tiene que llevar mascarilla.

La enfermera sacó una sin usar de su bolso, la depositó sobre la hierba y

retrocedió hasta que él la recogió y se la puso. Luego Joe la siguió hasta la puerta

lateral y ella le dejó entrar utilizando su tarjeta magnética.

Deambuló por los pasillos desiertos y silenciosos de urgencias hasta que

encontró un directorio. Las habitaciones de los pacientes estaban en la primera

planta. El ascensor lo dejó en un vestíbulo situado entre dos pabellones. Lanzó

una moneda mental al aire y escogió el azul. Apenas una cuarta parte de las

camas seguían ocupadas: el hospital había dado el alta al mayor número posible

de ingresados. Joe se detuvo ante la puerta abierta de una habitación. En su

interior, un hombre bajito y de piel oscura con un estetoscopio estaba inclinado

sobre un paciente muy mayor.

—Perdone, ¿es usted médico?

El hombre se irguió y dijo:

—Sí. ¿Puedo ayudarle?

—Sí. ¿Podemos hablar?

En la placa identificativa de su bata se leía: «Dr. Sanjay Pai». También llevaba

mascarilla.

Una vez en el pasillo, Joe le dijo que su familia necesitaba ayuda.

—Cuatro tienen la enfermedad.

—¿Dónde están? —preguntó el médico.

—En casa, en Dillingham.

—Probablemente estén mejor allí que en ningún sitio. Aunque los

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