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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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mascarilla puesta. Un tipo me ha dicho que me vendería la gasolina de su coche

porque él no pensaba ir a ninguna parte. Quería todo el dinero que llevaba

encima, casi mil dólares, y además mi reloj y mi cámara. ¿Qué iba a hacer?

—Has hecho lo que tenías que hacer —dijo Jamie—. La extraeremos con una

manguera.

Tenían un bidón de veinte litros y un trozo de manguera que habían sacado

del jardín de la casa de los músicos. Linda hizo tres viajes con el bidón hasta

llenar el Volvo y dejarlo con unos litros de reserva.

El hombre había permanecido todo ese rato sentado en la hierba,

contemplando sus zapatos de vestir.

—¿Qué quieres hacer, Bill? —preguntó Jamie.

—Deja que me despida y voy con vosotros.

Jamie esperó en el arcén mientras Bill se sentaba unos instantes en el asiento

del conductor y recogía una maleta del maletero.

—La mascarilla —le recordó Jamie—. Te sentarás al lado de las niñas.

Bill se la puso y Jamie le tendió la mano para ayudarlo a remontar el

terraplén.

Saltaba a la vista que a Linda no le corría la caridad cristiana por las venas,

precisamente. Le ponía de mal humor compartir el coche con un desconocido y

se negó a mostrarle la menor compasión. Bill se sentó detrás de Linda, lo que

obligó a Kyra a deslizarse hasta el centro. Su presencia parecía asustar a las niñas,

que se cogieron de la mano. La última vez que lo habían hecho había sido ante la

muerte de Romulus.

Cuando llevaban varios kilómetros, Jamie le preguntó si vivían en Nueva

York.

—Parte del año. Tenemos un piso de empresa, pero somos de Chicago.

—¿A qué te dedicas?

—Soy director general de una empresa comercializadora de productos

básicos.

—Ni siquiera sé qué es eso —repuso Jamie.

—No importa. No creo que exista a estas alturas. No creo que exista ya nada

parecido.

—Tal vez sí. Las cosas podrían volver a ser como antes.

—Jane no volverá.

Jamie esperó un minuto antes de proseguir.

—De manera que os quedasteis atrapados en Nueva York.

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