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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—¡Oh, Rommy! —dijo Jamie cogiéndolo entre sus brazos—. Has sido un

perrito muy valiente…

La única que no lloraba era Linda, que siguió escupiendo veneno cuando

llegó a su lado.

—¡No puedes ser tan nenaza! ¡Si quieres que sobrevivan, si quieres sobrevivir

a la mierda que nos ha tocado vivir, tienes que apretar el puto gatillo!

—¡Qué te jodan! Mi perro ha muerto.

—Y tu hija está viva.

De vuelta hacia el coche, Jamie encontró una pequeña hondonada en el suelo

húmedo al pie de un árbol caído. Depositó al perro en su interior y lo cubrió con

ramas. Emma lo imitó, y luego también Kyra.

—Decidle adiós a Rommy —dijo Jamie entre lágrimas.

Habían adoptado al perro poco tiempo después de que Carolyn muriera.

Rommy y Emma habían crecido juntos. Había mucho por lo que llorar.

—Adiós, Rommy —dijo Kyra.

Y de forma instintiva, sin que nadie se lo hubiera enseñado, Emma dijo:

—Te quiero, Rommy.

Jamie fue el primero en salir del bosque. Tuvo un momento de confusión,

luego de incredulidad.

¿Se habían equivocado de camino?

El Suburban había desaparecido.

—¿¡Dónde está el maldito coche!? —gritó Linda.

El rectángulo donde había estado aparcado se veía húmedo, pero no tan

encharcado como el asfalto de alrededor. Había un puñado de cristales rotos en el

suelo, a la altura donde había estado la ventanilla del conductor.

—Tú tenías las llaves, ¿no?

Jamie las agitó delante de su cara.

—Y cerraste el coche, ¿verdad?

—Sí, claro. —Dio una patada a los añicos de cristal—. Aunque no ha servido

de nada.

—Debía de haber un segundo juego de llaves dentro. ¡Joder, no encontré las

otras putas llaves!

Durante un buen rato no dijeron nada. Jamie hacía inventario mental del

desastre e imaginaba que ella también. Habían perdido la comida y la bebida, la

ropa y el material de acampada, las armas y las municiones. Hasta se habían

quedado sin los puñeteros paraguas.

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