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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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dormid lo mucho o lo poco que queráis esta noche, ya me entendéis, pero a partir

de mañana empezamos una campaña de reclutamiento.

Edison le sacaba buen partido al autobús del pastor Snider.

Circulaba con él muy despacio por la calle principal de Dillingham con un

megáfono que había encontrado en la comisaría. Lo sacaba por la ventana abierta

y voceaba:

—Vecinos, los que no estéis enfermos, os habla Blair Edison. Por si no lo

sabíais, el jefe Martin ha muerto. Su ayudante Kelso también. El alcalde está

muerto. El pastor Snider está muerto. Ahora este pueblo es mío. Voy a ir casa por

casa. No cuestionéis mi autoridad. No me amenacéis con armas. Si lo hacéis,

acabaréis mal.

Mickey y Joe lo seguían en un autocar amarillo, el que antes se usaba para

transportar a los estudiantes de Dillingham al instituto regional, que estaba en

Clarkson. Edison lo había confiscado tras encontrarse las llaves colgadas de un

clavo en la estación de servicio donde estaba aparcado.

Calculó a ojo que había unas ciento treinta viviendas en la ciudad. Quería

registrarlas todas sin dilación para asegurarse de que no se le escapaba ningún

foco de resistencia que después pudiera causarle problemas.

Tenía una idea aproximada de cómo quería que avanzase su operación y la

perfeccionó en las primeras casas. Se presentaba en la puerta con Joe y los

milicianos. A Mickey no le iba la violencia, de manera que su trabajo consistía en

proteger los autobuses frente a cualquier ataque desde la retaguardia.

Daba igual si les abrían y les invitaban a pasar o si tenían que echar la puerta

abajo. El resultado final venía a ser el mismo. La gente que andaban buscando

eran hombres de físico apto e infectados: su carne de cañón. Las mujeres

atractivas infectadas también entraban en el menú. Joe quería que las llamaran su

«harén», pero Edison lo consideraba un término extranjero y de mal gusto.

«Concubina» era una palabra mucho mejor. Era bíblica y, por lo tanto, sana. La

última categoría de interés eran las mujeres sin infectar que pudieran ayudar a

Gretchen a cocinar y a limpiar su nueva finca en la cima de la colina.

Todos los demás constituían o bien una amenaza para él o bien una boca

inútil que alimentar. Era a esos a los que tachaba de hombres malos. Jacob Snider

era su segador por antonomasia. El chico lo impresionó por su rapidez de acción

y su falta de escrúpulos.

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