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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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rayo de luna iluminaba su cama y, bajo esa luz, la vio, de lado, mirándolo.

—¿Estás bien? —preguntó Connie.

—El dolor de cabeza ha mejorado. Solo tengo sed.

Jamie notó su mano en el muslo.

—¿Te molesta?

—No.

Connie lo rozó y él se puso duro, enseguida.

—Hoy has sido muy valiente.

—O muy estúpido.

Connie fue la segunda persona en subírsele a horcajadas ese día, pero la

segunda vez fue muy preferible. No le explicó que practicar el sexo justo después

de una conmoción probablemente no era la mejor idea del mundo, porque a él le

daba lo mismo. Había sido un calvario mantenerse célibe durmiendo junto a una

mujer atractiva, y si había hecho falta una paliza para superar el impasse,

bienvenida fuera. Cuando se besaron, pensó en Mandy. Estaba seguro de que ella

habría aprobado que él siguiera con su vida.

—Hay mucho cachondeo en esta cabaña —comentó Connie, tendida a su

lado más tarde.

—Últimamente menos. He cambiado de sitio la llave del cuarto de Dylan.

Connie le besó.

—Aguafiestas.

—¿Significa esto que nuestra guerra fría ha terminado?

—Eso parece.

A primera hora de la mañana siguiente, alguien llamó educadamente a la puerta.

Connie era la única que estaba levantada, preparando café aguado para preservar

sus menguantes reservas. Era Holland, lo que resultaba inusual. Tenía pinta de

no haber dormido. Connie y Jamie sabían que no comía mucho desde la muerte

de su mujer, y a veces se lo encontraban llorando con la cara apoyada en las

manos.

—¿Cómo está Jamie? —preguntó—. Me he enterado de que se peleó con

Chuck.

—Está bien, pero Streeter es un puto animal, Jack.

—Lo sé. Hablaré con él. —No sonaba muy convincente.

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