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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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lamerle la cara.

Connie captó la expresión preocupada de Jamie.

—No hace falta que se preocupe demasiado. Hemos trabajado en su

autocontrol.

—¿Ah, sí?

—Sí. Solo se baja la cremallera para mear.

—¿Ha pasado alguna adolescente por aquí?

Connie negó con la cabeza.

—La verdad es que no. Como digo, no hace falta que se preocupe…

demasiado.

Oyeron el sonoro gemido de Morningside cuando los hombres la auparon a

la mesa del comedor.

—¿Quiere una cerveza? —preguntó Connie.

—Es broma, ¿no? —respondió Jamie señalando la habitación contigua.

—No. Su parte no requiere que esté al cien por cien.

Jamie prefirió tomar un agua, aunque Connie estaba en lo cierto: su parte

consistió en sentarse en una silla para descargar el peso del tobillo y apretar la

bolsa del respirador en cuanto Connie noqueó a Morningside con una inyección

de midazolam y le insertó un tubo respirador por la garganta. Connie tenía un

gran arcón de plástico en el que guardaba instrumental y fármacos suficientes

para surtir un pequeño quirófano. Después de disponer en la mesa un arsenal de

utensilios esterilizados y bañar con yodo el abdomen distendido de Morningside,

practicó una incisión y se puso a trabajar.

—¿No necesita un par de manos extra? —preguntó Jamie.

—Cuando estaba en el Ejército, las enfermeras de quirófano decían que tenía

tres. Me las apañaré.

Tenía razón. Era casi imposible seguir el movimiento de sus manos cuando

dejó a la vista el bazo perforado y lo seccionó, a la vez que accionaba con el pie

una bomba para absorber la sangre que se filtraba en el abdomen. Cuando

extirpó el bazo seccionado, ordenó a gritos a Pete que le trajera una sartén de la

cocina y le dijo que se lo diera a Arthur en el porche.

—No quiero sangre en mis alfombras —dijo.

—¿Sobrevivirá? —preguntó Dyk.

—No le vendría mal una transfusión, pero, aun a falta de eso, tiene

posibilidades.

—¿Habías pensado alguna vez que salvarías a la presidenta? —preguntó a su

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