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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Aun así, se llevó un chasco al comprobar que no estaba. Recorrió el pasillo arriba

y abajo en busca de cualquier indicio de que hubiera pasado por allí.

No podía entrar en su despacho. No podía mirar a Rosenberg. Quería

rendirle homenaje con un entierro y unas palabras, pero el esfuerzo de cargar con

él a lo largo de varios tramos de escaleras y encontrar una pala y una parcela de

tierra resultaban demasiado. Les pidió a los BoShaun si podían entrar, reunir algo

de ropa y meterla en una bolsa de basura. Mientras ellos estaban en el despacho,

Mandy echó un vistazo a su congelador, que emitía un placentero zumbido.

—¿Qué es este sitio? —preguntó Keisha.

—Es donde hago… donde hacía mis investigaciones.

—¿Eso qué es?

—La investigación es ciencia. Descubrir cómo funcionan las cosas, encontrar

cura para las enfermedades…

—¿Para que la gente se ponga bien?

—Con suerte, sí.

—¿Puedes hacer que mi mamá se ponga bien?

—Voy a intentarlo.

Escribió una nota para Jamie y la clavó en el tablón de corcho que había

enfrente de su laboratorio. Después cerró la puerta con llave para proteger su

preciado congelador frente a posibles saqueos. Lo que hizo a continuación no le

resultó nada fácil. Le había estado dando vueltas durante los últimos días. No

había manera de saber cuánto le quedaba al generador. Unos años antes, un

encargado de mantenimiento le había comentado durante cuánto tiempo podía

mantenerse el suministro eléctrico del circuito de congeladores y neveras, pero no

tenía más que un recuerdo vago de la conversación. Le había dicho a Jamie dos

semanas, pero ¿de verdad era eso lo que había oído? ¿No podría haber sido

alrededor de dos semanas? ¿O más o menos dos semanas? ¿O entre una y dos

semanas? Lo único que se le ocurría para que el combustible del depósito durara

más era ir laboratorio por laboratorio y desconectar de forma manual todos los

congeladores y las neveras del circuito. Conocía en persona a la mayoría de los

investigadores del edificio. Los especímenes que guardaban en frío representaban

años y, en algunos casos, décadas de trabajo, que se perdería para siempre una vez

descongelados. Cada vez que pulsara un interruptor sería como clavarle un puñal

al pasado de un colega. Usó su llave maestra para abrir el laboratorio contiguo al

suyo. Mientras los BoShaun montaban guardia en el pasillo, la doctora entró con

Keisha para apagar el primer aparato. Una hora más tarde, el congelador de

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