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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Edison llevaba uno de los walkie-talkies de los Villa y se puso en contacto con

Joe.

—Sácalos —le ordenó—. Tienen pistolas, más que nada, o sea que, a este

alcance, si nos dan será por churro. Cuidado con el fuego de los fusiles.

Los ocupantes de la barricada, asomados por encima de los coches,

observaron mientras los milicianos bajaban en tropel de los autobuses, armados

con escopetas de caza y fusiles AR-15. Un tipo perdió los nervios y puso pies en

polvorosa, pero el resto aguantó.

Edison hizo formar en fila a sus soldados a ambos lados del primer autobús y

le encargó a Joe que los dispersara.

Ninguno de los defensores de la barricada abrió fuego. Dos cultivaban soja,

otro era fontanero, uno trabajaba de gestor, otro conducía un Uber y sobre todo

llevaba a habitantes de Clarkson al aeropuerto de Pittsburgh. No eran guerreros.

Jamás habían disparado a nadie.

Edison ya era un consumado asesino y no vaciló.

—¡Papá os quiere, chicos! Esos son hombres malos. ¡Papá quiere que matéis a

los hombres malos! ¡Fuego!

Jacob Snider fue, como de costumbre, el primero en disparar. Los otros lo

imitaron y tres ocupantes de las barricadas cayeron heridos.

Respondieron con disparos dispersos y en su mayor parte inofensivos, pero

uno de los muchachos de Edison recibió un tiro en la espinilla y se puso a gritar

como un poseso.

Sus alaridos encendieron a Edison. Se había quedado uno de los fusiles de

asalto más caros de los Villa, un SCAR-Heavy belga.

—¡Seguid a papá! ¡Matad a los hombres malos! —vociferó mientras

disparaba calle abajo un torrente de balas perforantes que atravesaron metal y

carne.

Sus milicianos lo siguieron, disparando a discreción, y los escasos

supervivientes de la barricada echaron a correr. Por lo visto, uno de los reclutas

nuevos era un consumado tirador, porque usó la mira de su fusil para abatirlos a

todos, el último a una distancia de cien metros.

Edison fue hasta Joe y le dio un abrazo, y luego pasó hombre por hombre

besando mejillas y repartiendo palmaditas en la espalda y chocolatinas. Jacob se

llevó dos.

—¡Sois todos unos buenos chicos, los mejores! ¡Los hombres malos están

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