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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—¿Me odias? —Siempre académico, parecía sentir verdadera curiosidad por

conocer la respuesta.

—Sí, te odio.

—¿Por qué?

—Son tus putos ojos. Me hablan hasta cuando tienes la boca cerrada. Tus

ojos me dicen que te crees mejor que yo.

—Es que soy mejor que tú —replicó Holland en un tono monocorde—.

Melissa era mejor que tú. Siempre me maravilló que ella y tú tuvierais los mismos

padres. Nosotros éramos profesores universitarios. Tú eras grosero e inculto.

—Puede que sí, pero no habrías podido poner en marcha el puto

Campamento Culos Limpios sin mí.

—Era una empresa noble que precisaba de una persona innoble como tú. —

Su mirada condescendiente se cruzó con los ojos desorbitados de Streeter—.

Deberías matarme. Estoy cansado. Estoy preparado para ir con mi Dios.

—De acuerdo, Jack, dalo por hecho.

La casa estaba a treinta metros.

—Da la vuelta y entra por la puerta de la cocina —le dijo Jamie a Jeremy.

Cerca del porche, Jamie intentó quitarse las raquetas, pero, con los nervios, se

cayó de lado cuando todavía llevaba una puesta y se hundió en la nieve. Tardó un

poco en enderezarse, desatarse la segunda raqueta y llegar a la puerta, que estaba

entreabierta. La abrió despacio de par en par.

Streeter estaba bajo el arco que separaba el salón de la cocina, apuntando a

Jeremy con su fusil. El chico tenía las manos levantadas. La pistola de Roger se

encontraba a los pies de Streeter.

Holland estaba en su sillón favorito, pero su cara había desaparecido.

Rocky yacía desparramado en el suelo a los pies de Holland.

Chirrió un tablón del suelo y Streeter se volvió a medias hacia Jamie.

—Si mueves el cañón de ese fusil un centímetro en mi dirección, le vuelo la

cabeza. Después, si tu disparo no me deja seco, te vuelo la cabeza a ti. ¿Lo pillas,

hijoputa? Dime si lo pillas.

Jamie le dijo que lo entendía.

—Lo siento, Jamie —dijo Jeremy—. Me habrá visto por la ventana.

—Ahora deja el fusil en el suelo y apártalo con el pie —ordenó Streeter.

Jamie tendría que haber desplazado el cañón de su arma unos treinta grados

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