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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—No me gustan, pero tampoco me los como. Venga, saquemos al viejo de la

casa y que se busque la vida por ahí como un animal.

A Shaun no le pareció mala idea, así que abrieron la puerta de la sala y

hostigaron al viejo hasta que lo echaron de la casa y desapareció por un callejón.

Llevaron las bolsas a su cuchitril y luego fueron en busca de su siguiente

objetivo. Lo encontraron en una de las pocas viviendas de dos plantas que había

en la manzana. Estaba situada al otro lado de la calle y una pareja joven acababa

de mudarse allí. Una vez que los BoShaun pasaron con sus bicicletas por delante

de la casa, el tipo les había dirigido una mirada llena de desprecio. Estaban

reformando la vivienda, y un contenedor de obras medio lleno ocupaba gran

parte del camino de entrada. Boris tuvo que patear varias veces la puerta hasta

abrirla. El interior era un auténtico caos de latas de pintura, escaleras, paños

tirados por el suelo y muebles tapados con sábanas.

—¡Hola! ¿Hay alguien?

Shaun ya estaba inspeccionando la planta baja.

—Nadie.

Boris examinó el equipo de música cubierto con una lámina de plástico

transparente. En un mundo con electricidad, ya habría desenchufado todos los

aparatos y habría salido corriendo con ellos por la puerta.

—¿Cómo va por la cocina? —le preguntó a Shaun.

—Hay cervezas con nombres extranjeros que no sé ni pronunciar. Unos

cuantos cereales asquerosos. Montones de arroz integral y otras mierdas de las

que nunca he oído hablar. ¿Qué coño le pasa a esta gente?

Shaun siempre sabía sacarle unas risas a su amigo.

—Bueno, cógelos de todas formas. Siempre estamos a tiempo de tirarlos. Voy

a echar un vistazo arriba.

La primera planta también estaba hecha un desastre. Boris se abrió paso por

el pasillo entre cachivaches y material de reformas hasta llegar al dormitorio

principal. Volvió a preguntar si había alguien y abrió la puerta.

Se abalanzaron sobre él antes de que pudiera reaccionar y lo derribaron al

suelo. La mujer era más violenta que el marido y le hincó los dientes con saña en

la muñeca. Boris no lograba quitársela de encima y tampoco podía levantar el

machete.

—¡Ayúdame! —gritó desesperado—. ¡Por Dios, Shaun, ayúdame!

El hombre empezó a darle patadas en la barriga, aunque, por suerte para

Boris, iba descalzo.

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