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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—Son muy amigos —señaló Cole—. Por lo menos lo eran hasta que llegó tu

Emma.

—No puedo jugar —dijo Kevin—. Tengo que irme.

—Yo puedo jugar —terció Emma.

—Vamos fuera —dijo Dylan mientras corría a por su chaqueta.

—Yo también quiero ir, papá —rogó ella.

Jamie le dijo que se pusiera el abrigo y se mantuviera alejada del agua.

—El agua es mala —aclaró Dylan, recitando lo que su madre le había

enseñado.

Kyra rompió a llorar.

—Yo no puedo jugar. Me duele el brazo. Me duele el otro brazo. Ahora me

duele este brazo.

Jamie le dijo que podía salir a mirar y se conformó con eso.

—¿Adónde ha ido todo el mundo? —preguntó Connie al ver la cocina casi

vacía.

—Tenían compromisos ineludibles —respondió Jamie.

A ella no le hizo gracia y miró por la ventana para tener localizado a Dylan.

Jamie sentía la necesidad de rebajar la tensión.

—Mira, Connie, veo que mi presencia aquí te causa dolor, y lo acepto. Si me

consigues un coche y me limas un poco la escayola, dentro de un día o dos podré

conducir y me marcharé; cuanto antes, mejor.

Ella llenó la tetera con una garrafa de agua del lago y encendió el fogón.

—No vas a conducir hasta Maryland con un tobillo roto hace cuatro días.

Serías un blanco perfecto para los depredadores del camino, estando tan hecho

polvo. Lo siento si estoy mosqueada. No suelo enfadarme, pero si hubieses visto

cómo era Dylan antes de ponerse enfermo. Era el niño más inteligente del

mundo; una auténtica estrella. Y ahora míralo. Ha hecho una regresión; es como

un niño pequeño.

—Un niño simpático —dijo Jamie.

—Tú hija también. Es un encanto.

—Nadie hubiese tachado a Emma de ser un encanto hace un par de meses —

explicó Jamie—. Era una especie de arpía insolente y protestona, por lo menos

conmigo.

Connie se desplomó en una silla.

—Para serte franca, la confianza de Dylan empezaba a degenerar en

arrogancia. Se estaba volviendo un poco borde, y había empezado a beber con sus

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