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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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habitación y adoptar posiciones defensivas.

Cuando se acabaron las galletas, Edison disparó al techo. Los seis amnésicos

se apretujaron contra las paredes y los rincones, mirándolo con expresión aterrada

y confusa.

—Tal vez podáis entenderme, aunque no lo creo —comenzó Edison—. Pero

lo diré de todas formas: a partir de ahora, soy vuestro padre. También el tuyo,

pastor Snider, cabrón hijo de puta. Cuidaré de vosotros como lo hace un padre.

Os daré comida y alojamiento. Seré justo, pero también implacable. Y vosotros

me obedeceréis como un hijo obedece a su padre. De lo contrario, lo pagaréis

caro.

Acto seguido, abrió la bolsa de ganchitos y lanzó uno al aire. El hijo mayor lo

cazó al vuelo.

—Muy bien. Ahora me seguiréis y, una vez que estéis dentro del autobús, os

daré toda la bolsa. ¿Entendido?

Los Snider siguieron el señuelo de los ganchitos escaleras abajo, sin mostrar

el menor interés por la esposa y madre muerta, y salieron de la casa. Cuando

Edison arrojó la bolsa al interior del autobús, los seis se lanzaron como locos a

por ella y Joe cerró la puerta.

—Y así es como se hacen las cosas —dijo Edison, muy ufano—. Como

conducir ganado, pero más sencillo.

Volvieron a la casa e hicieron acopio de toda la comida y bebida que

encontraron. Cuando las camionetas estuvieron cargadas y se disponían a

marcharse, Joe preguntó si no olvidaban algo.

—¿No os acordáis de que Snider tiene una hija?

Poco después, él y Mickey descubrieron a Jo Ellen Snider, la hija de quince

años, escondida debajo de la cama de una de las habitaciones de arriba.

Joe la sacó arrastrándola por los tobillos y la tiró sobre el colchón, mientras la

chica intentaba golpearle y morderle.

—¿Quién se la va a quedar? —preguntó Mickey.

—Yo no la quiero. Tiene granos y está muy gorda.

—¿Puedo quedármela? —dijo Mickey con una sonrisilla maliciosa.

—Por mí estupendo, tío. Yo conduciré el autobús. Llévatela en mi camioneta.

Y puedes volver por el camino más largo, no sé si me pillas…

—¿No crees que me meteré en problemas? Es muy joven…

—No te preocupes, amigo. Ya no existen cosas como la corrupción de

menores.

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