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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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pilotos muertos, dos agentes del servicio secreto muertos y un expresidente

muerto. ¿Qué hacíais a bordo? ¿Por qué os estrellasteis? El Marine One no se cae

del cielo porque sí.

Connie fue rellenando su taza de café mientras hablaba. No había otra

manera de contar bien la historia si no era desde el principio, y proporcionarle

múltiples detalles a esa mujer fue en cierto modo terapéutico. Confesó su papel

en la génesis del desastre y le comentó sus ideas para la cura. Como prefacio de

su relato de supervivencia en carretera, le explicó que probablemente no fuera

más dramático que tantos otros. Mientras Jamie hablaba, Connie se dedicaba a

mirar por la ventana.

Cuando acabó, soltó un bufido.

—Si no te hubiésemos sacado del puto Marine One anoche y te hubieras

presentado sin más en mi puerta con esa historia, te habría tomado por loco de

remate.

Connie se levantó al oír una voz débil procedente del salón y evitó mirar a

Jamie a los ojos cuando le dijo que se quedara quieto mientras ella iba a ver qué le

pasaba a Morningside.

Cuando volvió, sin dejar de evitar su mirada, habló con voz mecánica.

—Está bien. Le he dado un poco más de morfina. La he llamado señora

presidenta.

—¿Qué ha dicho ella?

—Ha dicho: «¿Lo soy?». A lo que le he respondido que me temía que sí.

—Oye, ¿pasa algo? —preguntó Jamie.

—Acabo de decirte que está bien.

—Digo entre nosotros dos. Pareces molesta.

Un coche hizo crujir la gravilla del camino de entrada. Connie miró por la

ventana y se dirigió a la puerta sin responderle. Pete Dyk salió del vehículo junto

con Dennis Cole y su hijo de trece años, Kevin. Connie les abrió la puerta y

preparó otra cafetera.

—¿Estás bien, entonces? —le preguntó Dyk a Jamie.

—Gracias a Connie, sí.

—Es la mejor cirujana de la parte oeste del estado.

—¿Solo eso? —preguntó Connie.

—Vale, de todo el estado —añadió Dyk con una sonrisa.

—¿Solo eso? —insistió Connie.

—Vale, de todo el país. ¿Qué sabré yo, de todas formas?

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