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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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Shaun empezó a decir algo, pero se calló al ver a K, que encañonaba a la

doctora por la espalda con una pistola. Keisha rompió a llorar.

—Mierda —se limitó a decir Boris.

—Sí, mierda. Es un buen resumen —dijo K, cuyo tono de voz aumentaba a

medida que hablaba—. ¿Qué, qué os creíais? ¿Qué podías cargaros a mis

muchachos con vuestros machetes y adiós muy buenas? ¿Tenéis la cabeza hueca o

qué? Las cosas han cambiado, eso lo reconozco, pero las leyes de la naturaleza

siguen en pie. Todavía hay gravedad y esas mierdas. ¡Todavía hay que responder

ante K9!

Mandy cogió a Keisha de la mano.

—¿Puede irse La niña al dormitorio, por favor?

—Los cojones. Todo el mundo se queda donde yo lo vea, y ya estáis tirando

esos putos machetes detrás del sofá. Vamos. —K movió su pistola en dirección a

Mandy—. Anoche te me escapaste, ¿eh? Se supone que tenías que darle una

medicina a mi madre. Ibas a curarla, ¿recuerdas? ¿Qué, dónde está mi cura?

Mandy escudó a Keisha con el cuerpo y miró de frente el cañón del arma.

—No la hay. Todavía. Estoy trabajando en ella.

—Ya lo sabía yo —dijo K con un susurro que sonó más escalofriante que sus

gritos—. Otra zorra mentirosa. Pues bien, ha llegado la hora de la revancha.

Nadie escapa de la hora de la revancha.

—¡No, espera! —gritó Mandy levantando una mano—. Un amigo mío de

Boston está de camino, otro científico. Él tiene media cura. Yo la otra media. Tu

madre puede recibir la primera dosis. Te lo prometo.

K tensó el dedo sobre el gatillo.

—Eres una zo…

Boris llevaba un rato cruzando miradas de reojo con Shaun. Los dos habían

pasado tanto tiempo juntos que no necesitaban palabras.

Boris hizo un movimiento exagerado con el brazo, como si sacara una pistola

del bolsillo, a la vez que daba un paso adelante y soltaba un grito ronco.

K apuntó y apretó el gatillo, pero se quedó descolocado al oír un disparo

ensordecedor en otra parte, procedente del viejo revólver que Shaun había

guardado bajo un cojín del sofá antes de salir.

Mientras caía hacia atrás, K roció de balas la habitación. Cuando se quedó

tendido en el suelo, medio apoyado contra el sillón favorito de Boris, contempló

la sangre que empapaba el centro de su sudadera gris y la vieja pistola que Shaun

sostenía con la mano temblorosa.

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