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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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—¡Yo pago mis putos impuestos como todo el mundo!

—Perdona. Yo también estoy muy ocupada.

—Necesito leche. —Al ver que Linda se alejaba, insistió—: He dicho que

necesito leche. Para la niña.

—Yo también necesito muchas cosas. Ve a comprar a la tienda.

Dick fue tras ella.

—Está cerrada. Todas están cerradas. ¿Tienes algo de leche?

—Aunque la tuviera, no te la daría.

—Entonces te echaré —masculló el hombre—. Me quedaré con el piso.

Linda se abrió un poco la americana y le enseñó la pistola.

—Tú intenta entrar en mi casa y te meto un disparo, Dick. Que te quede

muy claro.

El apartamento estaba hecho un desastre, pero eso no tenía nada que ver con

la actual situación de crisis. Su hija lo dejaba todo por en medio y ella no era

precisamente un ama de casa modélica. La mayoría de sus turnos solían acabar

siempre con un par de horas extra y, cuando llegaba hecha polvo al apartamento,

solo le quedaban fuerzas para calentarse algo en el microondas y abrirse una

cerveza. Kyra no hacía nada y ella no podía permitirse una asistenta, así que

vivían en un caos de desorden, platos sin fregar, polvo y suciedad. Linda cogió un

paquete de bolsas grandes de basura que había debajo del fregadero y empezó a

llenarlas con la comida que guardaba en los armarios. Luego vació también la

nevera, incluyendo la leche que no pensaba darle al casero ni por encima de su

cadáver. El resultado fueron dos decepcionantes bolsas de provisiones, que llevó

hasta el coche. El casero estaba plantado en la entrada, controlándola.

—¿Adónde vas? —le preguntó.

—No es asunto tuyo.

Cargó las bolsas en el maletero y se dirigió al supermercado más cercano,

aunque intuía que sería una pérdida de tiempo. En efecto. Antes de doblar la

esquina ya oyó el estridente sonido de la alarma. El cristal de los escaparates

estaba hecho añicos. Se coló a través del marco, procurando evitar los bordes

afilados. En el interior, los estantes estaban vacíos. Para cerciorarse, se acercó a la

parte trasera de la sección de carnicería, pero las cámaras frigoríficas también

habían sido completamente saqueadas. De vuelta en la acera, entornó los ojos

mirando al cielo. En el corto tiempo que había estado dentro, el viento había

empujado las nubes hacia el este y ahora el sol de mediodía inundaba la manzana.

Había dos hombres echando un vistazo al interior de su coche. Sus sombras

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