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La cura - Glenn Cooper-holaebook-holaebook

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En la primera casa encontraron a una familia con dos niños y una niña

enfermos, todos menores de diez años, encerrados bajo llave, y una ama de casa

sin infectar pero debilitada por el hambre, que intentaba sacar adelante a su

familia con unas menguantes reservas de comida. Estaba demasiado endeble para

ofrecer resistencia. Edison se hizo cargo de la situación en un santiamén:

murmuró a su hijo que no le gustaba la pinta que tenían y les hizo formar una fila

en el salón, delante del televisor de pantalla plana apagado. Linda le agarró la

manga de la chaqueta.

—Son niños, Blair.

—No me interesan. Van a morirse de hambre, ¿no lo ves?

—¿Esta es la idea que tienes tú de un acto humanitario?

—Es la idea que tengo de la clase de liderazgo que necesitamos en estos

tiempos que nos ha tocado vivir. Sal fuera si no tienes arrestos para aguantarlo.

Linda se quedó y observó cómo Edison señalaba a los cinco patéticos

familiares, cuatro tontos y una atontada, y le decía a Jacob que eran hombres

malos.

—Adelante, dispara.

Cuando Jacob acabó, en la habitación cargada de humo de pólvora y

salpicada de sangre, Blair elogió a sus muchachos y les dejó comerse las sobras de

la cocina.

Linda salió y se sentó en los escalones de la entrada. Se había preparado para

la jornada vaciando un frasco de pepinillos para llenarlo de licor, y tomó un par

de tragos mientras esperaba el momento de embarcar en el autobús y viajar hasta

la siguiente parada.

A medida que avanzaba la mañana, el recuento de cadáveres aumentaba y los

autobuses se llenaban de nuevos candidatos. A los hombres infectados y en forma

los metieron en el autocar escolar, mientras que a un puñado de mujeres

atractivas infectadas y a un par de sanas que a juicio de Edison servirían para la

cocina las cargaron en el vehículo de Snider.

—Una más y lo dejamos por hoy —le dijo Edison a Joe.

La última casa ocupaba un solar grande y llano enmarcado entre dos

imponentes arces, espléndidos con sus tonalidades otoñales. Cuando la milicia se

acercaba al porche, una ventana delantera se abrió un resquicio y un hombre

calvo armado con una pistola se asomó y disparó al aire.

—¡Marchaos de aquí! —gritó—. Dispararé a matar si es necesario.

Edison retrocedió hasta situarse detrás del autobús y les indicó por señas a

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